CAPÍTULO SEGUNDO
CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS
La Buena Nueva: Dios ha enviado a su
Hijo
422 "Pero, al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido
bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). He aquí
"la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1, 1): Dios
ha visitado a su pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas
a Abraham y a su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de
toda expectativa: El ha enviado a su "Hijo amado" (Mc 1, 11).
423 Nosotros creemos y confesamos
que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en
el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de
oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador
Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo
eterno de Dios hecho hombre, que ha "salido de Dios" (Jn 13,
3), "bajó del cielo" (Jn 3, 13; 6, 33), "ha venido en
carne" (1 Jn 4, 2), porque "la Palabra se hizo carne, y puso
su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del
Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su
plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia" (Jn 1, 14. 16).
424 Movidos por la gracia del Espíritu
Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito
de Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,
16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha
construido su Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3;51,
1;62, 2;83, 3).
"Anunciar... la inescrutable
riqueza de Cristo" (Ef 3, 8)
425 La transmisión de la fe
cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en
el. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de
anunciar a Cristo: "No podemos nosotros dejar de hablar de lo que
hemos visto y oído" (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los
hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con
Cristo:
Lo que existía desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida,
-pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos
testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y
se nos manifestó- lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para
que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros
estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os
escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).
En el centro de la catequesis: Cristo
426 "En el centro de la
catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de
Nazaret, Unigénito del Padre, que ha sufrido y ha muerto por nosotros y
que ahora, resucitado, vive para siempre con nosotros... Catequizar es
... descubrir en la Persona de Cristo el designio eterno de Dios... Se
trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las
palabras de Cristo, los signos realizados por El mismo" (CT 5). El
fin de la catequesis: "conducir a la comunión con Jesucristo: sólo
El puede conducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes
de la vida de la Santísima Trinidad". (ibid.).
427 "En la catequesis lo que
se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás
en referencia a El; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo
hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe
por su boca... Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la
misteriosa palabra de Jesús: 'Mi doctrina no es mía, sino del que me
ha enviado' (Jn 7, 16)" (ibid., 6).
428 El que está llamado a
"enseñar a Cristo" debe por tanto, ante todo, buscar esta
"ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo"; es
necesario "aceptar perder todas las cosas ... para ganar a Cristo,
y ser hallado en él" y "conocerle a él, el poder de su
resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme
semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de
entre los muertos" (Flp 3, 8-11).
429 De este conocimiento amoroso
de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de
"evangelizar", y de llevar a otros al "sí" de la fe
en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer
siempre mejor esta fe. Con este fin, siguiendo el orden del Símbolo de
la fe, presentaremos en primer lugar los principales títulos de Jesús:
Cristo, Hijo de Dios, Señor (Artículo 2). El Símbolo confiesa a
continuación los principales misterios de la vida de Cristo: los de su
encarnación (Artículo 3), los de su Pascua (Artículos 4 y 5), y, por
último, los de su glorificación (Artículos 6 y 7).
ARTÍCULO 2
“Y EN JESUCRISTO, SU UNICO HIJO, NUESTRO SEÑOR”
I Jesús
430 Jesús quiere decir en
hebreo: "Dios salva". En el momento de la anunciación, el ángel
Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la
vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que "¿Quién
puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc 2, 7), es él quien,
en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre "salvará a su pueblo de sus
pecados" (Mt 1, 21). En Jesús, Dios recapitula así toda la
historia de la salvación en favor de los hombres.
431 En la historia de la salvación,
Dios no se ha contentado con librar a Israel de "la casa de
servidumbre" (Dt 5, 6) haciéndole salir de Egipto. El lo salva
además de su pecado. Puesto que el pecado es siempre una ofensa hecha a
Dios (cf. Sal 51, 6), sólo el es quien puede absolverlo (cf. Sal 51,
12). Por eso es por lo que Israel tomando cada vez más conciencia de la
universalidad del pecado, ya no podrá buscar la salvación más que en
la invocación del Nombre de Dios Redentor (cf. Sal 79, 9).
432 El nombre de Jesús significa
que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo (cf.
Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la redención universal y
definitiva de los pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la
salvación (cf. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser
invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la
Encarnación (cf. Rm 10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el
cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvarnos" (Hch 4, 12; cf. Hch 9, 14; St 2, 7).
433 El Nombre de Dios Salvador era
invocado una sola vez al año por el sumo sacerdote para la expiación
de los pecados de Israel, cuando había asperjado el propiciatorio del
Santo de los Santos con la sangre del sacrificio (cf. Lv 16, 15-16; Si
50, 20; Hb 9, 7). El propiciatorio era el lugar de la presencia de Dios
(cf. Ex 25, 22; Lv 16, 2; Nm 7, 89; Hb 9, 5). Cuando San Pablo dice de
Jesús que "Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por
su propia sangre" (Rm 3, 25) significa que en su humanidad
"estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19).
434 La Resurrección de Jesús
glorifica el nombre de Dios Salvador (cf. Jn 12, 28) porque de ahora en
adelante, el Nombre de Jesús es el que manifiesta en plenitud el poder
soberano del "Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9).
Los espíritus malignos temen su Nombre (cf. Hch 16, 16-18; 19, 13-16) y
en su nombre los discípulos de Jesús hacen milagros (cf. Mc 16, 17)
porque todo lo que piden al Padre en su Nombre, él se lo concede (Jn
15, 16).
435 El Nombre de Jesús está en
el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas se
acaban con la fórmula "Per Dominum Nostrum Jesum Christum..."
("Por Nuestro Señor Jesucristo..."). El "Avemaría"
culmina en "y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". La
oración del corazón, en uso en oriente, llamada "oración a Jesús"
dice: "Jesucristo, Hijo de Dios, Señor ten piedad de mí,
pecador". Numerosos cristianos mueren, como Santa Juana de Arco,
teniendo en sus labios una única palabra: "Jesús".
II Cristo
436 Cristo viene de la
traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere
decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino
porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra
significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los
que le eran consagrados para una misión que habían recibido de él.
Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R
1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente,
de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso
del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino
(cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser ungido por el Espíritu
del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14;
6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús
cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
sacerdote, profeta y rey.
437 El ángel anunció a los
pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel:
"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el
Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien
el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido
como "santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José
fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa"
encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu
Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca
de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16;
cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
438 La consagración mesiánica de
Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que
significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobre
entendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con
la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido
ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción"
(S. Ireneo de Lyon, haer. 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica
fue revelada en el tiempo de su vida terrena en el momento de su
bautismo por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y
con poder"(Hch 10, 38) "para que él fuese manifestado a
Israel" (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo
dieron a conocer como "el santo de Dios" (Mc 1, 24; Jn 6, 69;
Hch 3, 14).
439 Numerosos judíos e incluso
ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los
rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido
por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9.
15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn
4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos
lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22,
41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).
440 Jesús acogió la confesión
de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima
pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico
contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del
Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6,
62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo
sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is
53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha
manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23,
39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica
podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa,
pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor
y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch
2, 36).
III Hijo único de Dios
441 Hijo de Dios, en el
Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles (cf. Dt 32, 8; Jb
1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3, 19; Si 36, 11; Sb
18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus reyes
(cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva
que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad
particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de
Dios" (cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según
el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que
designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54),
quizá no quisieron decir nada más (cf. Lc 23, 47).
442 No ocurre así con Pedro
cuando confiesa a Jesús como "el Cristo, el Hijo de Dios
vivo" (Mt 16, 16) porque este le responde con solemnidad "no te
ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos" (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo dirá a propósito
de su conversión en el camino de Damasco: "Cuando Aquél que me
separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien
revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los
gentiles..." (Ga 1,15-16). "Y en seguida se puso a predicar a
Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios" (Hch 9, 20).
Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1, 10), el centro de la fe
apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como
cimiento de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
443 Si Pedro pudo reconocer el carácter
transcendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste
lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus
acusadores: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?", Jesús ha
respondido: "Vosotros lo decís: yo soy" (Lc 22, 70; cf. Mt
26, 64; Mc 14, 61). Ya mucho antes, El se designó como el
"Hijo" que conoce al Padre (cf. Mt 11, 27; 21, 37-38), que es
distinto de los "siervos" que Dios envió antes a su pueblo
(cf. Mt 21, 34-36), superior a los propios ángeles (cf. Mt 24, 36).
Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás
"nuestro Padre" (cf. Mt 5, 48; 6, 8; 7, 21; Lc 11, 13) salvo
para ordenarles "vosotros, pues, orad así: Padre
Nuestro" (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: "Mi Padre y
vuestro Padre" (Jn 20, 17).
444 Los Evangelios narran en dos
momentos solemnes, el bautismo y la transfiguración de Cristo, que la
voz del Padre lo designa como su "Hijo amado" (Mt 3, 17; 17,
5). Jesús se designa a sí mismo como "el Hijo Unico de Dios"
(Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf.
Jn 10, 36). Pide la fe en "el Nombre del Hijo Unico de Dios"
(Jn 3, 18). Esta confesión cristiana aparece ya en la exclamación del
centurión delante de Jesús en la cruz: "Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39), porque solamente en el
misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título
"Hijo de Dios".
445 Después de su Resurrección,
su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada:
"Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por su Resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 4; cf.
Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar "Hemos visto su
gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y
de verdad "(Jn 1, 14).
IV Señor
446 En la traducción griega de
los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios
se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por
"Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte
desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad
misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido
fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también,
y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1
Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de
forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el
sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb
1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles
(cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de
dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios,
sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los
Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor".
Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a
Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15,
22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el
reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En
el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor
mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de
amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana:
"¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título
divino de Señor, las primeras confesiones de fe de la Iglesia afirman
desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria
debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13;
Ap 5, 13) porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el
Padre manifestó esta soberanía de Jesús resucitándolo de entre los
muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co 12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la
historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el
mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer
que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a
ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César
no es el "Señor" (cf. Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La
Iglesia cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia humana
se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está
marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la
oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión
"por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación
llena de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor
viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1
Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
Resumen
452 El nombre de Jesús
significa "Dios salva". El niño nacido de la Virgen María se
llama "Jesús" "porque él salvará a su pueblo de sus
pecados" (Mt 1, 21); "No hay bajo el cielo otro nombre dado a
los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" ((...) Hch 4,
12).
453 El nombre de Cristo
significa "Ungido", "Mesías". Jesús es el Cristo
porque "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder"
(Hch 10, 38). Era "el que ha de venir" (Lc 7, 19), el objeto
de "la esperanza de Israel"(Hch 28, 20).
454 El nombre de Hijo de Dios
significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre:
el es el Hijo único del Padre (cf. Jn 1, 14. 18; 3, 16. 18) y él mismo
es Dios (cf. Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que
Jesucristo es el Hijo de Dios (cf. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23).
455 El nombre de Señor
significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor
es creer en su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!"
sino por influjo del Espíritu Santo"(1 Co 12, 3).
ARTÍCULO 3
"JESUCRISTO FUE CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA
DEL ESPÍRITU SANTO Y NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN"
Párrafo 1
EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE
I Por qué el Verbo se hizo carne
456 Con el Credo
Niceno-Constantinopolitano respondemos co nfesando: "Por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por
obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo
hombre".
457 El Verbo se encarnó para
salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió
a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,
10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1
Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3,
5):
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser
restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del
bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas,
hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un
salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían
importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el
punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya
que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan
desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
458 El Verbo se encarnó para
que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se
manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su
Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9).
"Porque tanto amó Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna"
(Jn 3, 16).
459 El Verbo se encarnó para
ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo,
y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el
Padre, en el monte de la transfiguración, ordena:
"Escuchadle" (Mc 9, 7;cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el
modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos
los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor
tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
460 El Verbo se encarnó para
hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4):
"Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el
Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión
con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en
hijo de Dios" (S. Ireneo, haer., 3, 19, 1). "Porque el Hijo de
Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (S. Atanasio, Inc., 54, 3).
"Unigenitus Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse
participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus
homo" ("El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos
participantes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que,
habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres") (Santo Tomás
de A., opusc 57 in festo Corp. Chr., 1).
II La Encarnación
461 Volviendo a tomar la frase de
San Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama
"Encarnación" al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido
una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En
un himno citado por S. Pablo, la Iglesia canta el misterio de la
Encarnación:
Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual,
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios,
sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se
humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp
2, 5-8; cf. LH, cántico de vísperas del sábado).
462 La carta a los Hebreos habla
del mismo misterio:
Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio
y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios
por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo ... a
hacer, oh Dios, tu voluntad! (Hb 10, 5-7, citando Sal 40, 7-9 LXX).
463 La fe en la verdadera
encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana:
"Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que
confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2).
Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando
canta "el gran misterio de la piedad": "El ha sido
manifestado en la carne" (1 Tm 3, 16).
III Verdadero Dios y verdadero hombre
464 El acontecimiento único y
totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que
Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado
de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. El se hizo
verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo
es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y
aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas
herejías que la falseaban.
465 Las primeras herejías negaron
menos la divinidad de Jesucristo que su humanidad verdadera (docetismo
gnóstico). Desde la época apostólica la fe cristiana insistió en la
verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en la carne"
(cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia tuvo que
afirmar frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en Antioquía,
que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. El
primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su
Credo que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma
substancia ['homoousios'] que el Padre" y condenó a Arrio que
afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la nada" (DS 130) y
que sería "de una substancia distinta de la del Padre" (DS
126).
466 La herejía nestoriana veía
en Cristo una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios.
Frente a ella S. Cirilo de Alejandría y el tercer concilio ecuménico
reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que "el Verbo, al
unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo
hombre" (DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que
la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde
su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431
que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la
concepción humana del Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no
porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino
porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma
racional, unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo
nació según la carne" (DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que
la naturaleza humana había dejado de existir como tal en Cristo al ser
asumida por su persona divina de Hijo de Dios. Enfrentado a esta herejía,
el cuarto concilio ecuménico, en Calcedonia, confesó en el año 451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay
que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo:
perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente
Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo;
consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con
nosotros según la humanidad, `en todo semejante a nosotros, excepto en
el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según
la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos
tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad.
Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos
naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación.
La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión,
sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y
confluyen en un solo sujeto y en una sola persona (DS 301-302).
468 Después del concilio de
Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza humana de Cristo como una
especie de sujeto personal. Contra éstos, el quinto concilio ecuménico,
en Constantinopla el año 553 confesó a propósito de Cristo: "No
hay más que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro Señor
Jesucristo, uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en
la humanidad de Jesucristo debe ser atribuído a su persona divina como
a su propio sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los milagros
sino también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El
que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es
verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la santísima
Trinidad" (DS 432).
469 La Iglesia confiesa así que
Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es
verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano,
y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:
"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit"
("Permaneció en lo que era y asumió lo que no era"), canta
la liturgia romana (LH, antífona de laudes del primero de enero; cf. S.
León Magno, serm. 21, 2-3). Y la liturgia de S. Juan Crisóstomo
proclama y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo inmortal
te has dignado por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de
Dios, y siempre Virgen María, sin mutación te has hecho hombre, y has
sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has aplastado la
muerte, que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el
Santo Espíritu, sálvanos! (Tropario "O monoghenis").
IV Cómo es hombre el Hijo de Dios
470 Puesto que en la unión
misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido
asumida, no absorbida" (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar
con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus
operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de
Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que
la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina
del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella
pertenece a "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica,
pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad.
Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las
costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):
El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia
de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en
todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea afirmaba
que en Cristo el Verbo había sustituído al alma o al espíritu. Contra
este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un
alma racional humana (cf. DS 149).
472 Este alma humana que el Hijo
de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como
tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las
condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo.
Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar "en
sabiduría, en estatura y en gracia" (Lc 2, 52) e igualmente
adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera
experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso ... correspondía
a la realidad de su anonadamiento voluntario en "la condición de
esclavo" (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este
conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida
divina de su persona (cf. S. Gregorio Magno, ep 10,39: DS 475). "La
naturaleza humana del Hijo de Dios, no por ella m isma sino por su
unión con el Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que
conviene a Dios" (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66 ). Esto
sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e
inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14,
36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento
humano, demostraba también la penetración divina que tenía de los
pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25;
6, 61; etc.).
474 Debido a su unión con la
Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento
humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios
eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34;
14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32),
declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
La voluntad humana de Cristo
475 De manera paralela, la Iglesia
confesó en el sexto concilio ecuménico (Cc. de Constantinopla III en
el año 681) que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones
naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma
que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido
humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu
Santo para nuestra salvación (cf. DS 556-559). La voluntad humana de
Cristo "sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni
oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad
omnipotente" (DS 556).
El verdadero cuerpo de Cristo
476 Como el Verbo se hizo carne
asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf.
Cc. de Letrán en el año 649: DS 504). Por eso se puede "pintar la
faz humana de Jesús (Ga 3,2). El séptimo Concilio ecuménico (Cc. de
Nicea II, en el año 787: DS 600-603) la Iglesia reconoció que es legítima
su representación en imágenes sagradas.
477 Al mismo tiempo, la Iglesia
siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios "que era
invisible en su naturaleza se hace visible" (Prefacio de Navidad).
En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo
expresan la persona divina del Hijo de Dios. El ha hecho suyos los
rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una
imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su
imagen, "venera a la persona representada en ella" (Cc. Nicea
II: DS 601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús, durante su vida, su
agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de
nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de
Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha
amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón
de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación
(cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del
amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a
todos los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS
3924; cf. DS 3812).
Resumen
479 En el momento establecido
por Dios, el Hijo único del Padre, la Palabra eterna, es decir, el
Verbo e Imagen substancial del Padre, se hizo carne: sin perder la
naturaleza divina asumió la naturaleza humana.
480 Jesucristo es verdadero
Dios y verdadero hombre en la unidad de su Persona divina; por esta razón
él es el único Mediador entre Dios y los hombres.
481 Jesucristo posee dos
naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la única
Persona del Hijo de Dios.
482 Cristo, siendo verdadero
Dios y verdadero hombre, tien e una inteligencia y una voluntad humanas,
perfectamente de acuerdo y sometidas a su inteligencia y a su voluntad
divinas que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.
483 La encarnación es, pues,
el misterio de la admirable unión de la naturaleza divina y de la
naturaleza humana en la única Persona del Verbo.
Párrafo 2
“... CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO,
NACIÓ DE SANTA MARÍA VIRGEN”
I Concebido por obra y gracia del Espíritu Santo ...
484 La anunciación a María
inaugura la plenitud de "los tiempos"(Gal 4, 4), es decir el
cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a
concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de
la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿Cómo
será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio
mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá sobre
ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo
está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf. Jn 16, 14-15). El
Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María
y fecundarla por obra divina, él que es "el Señor que da la
vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una
humanidad tomada de la suya.
486 El Hijo único del Padre, al
ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es
"Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt
1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana, aunque su
manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores
(cf. Lc 2,8-20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn
1, 31-34), a los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de
Jesucristo manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu
Santo y con poder" (Hch 10, 38).
II ... nacido de la Virgen María
487 Lo que la fe católica cree
acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que
enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.
La predestinación de María
488 "Dios envió a su
Hijo" (Ga 4, 4), pero para "formarle un cuerpo" (cf. Hb
10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda
la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de
Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a "una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de
la virgen era María" (Lc 1, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que
estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para
que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra
mujer contribuyera a la vida (LG 56; cf. 61).
489 A lo largo de toda la Antigua
Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de
algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su
desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora
del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes
(cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar
de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa
humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co
1, 27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel
(cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres.
María "sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que
esperan de él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con
ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa,
se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG
55).
La Inmaculada Concepción
490 Para ser la Madre del
Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una
misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de
la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1, 28).
En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de
su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la
gracia de Dios.
491 A lo largo de los siglos, la
Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia"
por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que
confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por
el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la
mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los
méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803).
492 Esta "resplandeciente
santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida
desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda
entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en
atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha
"bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los
cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona
creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser
santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).
493 Los Padres de la tradición
oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa"
("Panagia"), la celebran como inmune de toda mancha de pecado
y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura"
(LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo
pecado personal a lo largo de toda su vida.
"Hágase en mí según tu palabra ..."
494 Al anuncio de que ella dará a
luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón, por la virtud
del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 28-37), María respondió por "la
obediencia de la fe" (Rm 1, 5), segura de que "nada hay
imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase
en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Así dando su
consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús
y , aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que
ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la
persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con
él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf. LG 56):
Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia fue causa
de la salvación propia y de la de todo el género humano". Por
eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él
en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la
obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo
desató la Virgen María por su fe". Comparándola con Eva, llaman
a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor frecuencia:
"la muerte vino por Eva, la vida por María". (LG. 56).
La maternidad divina de María
495 Llamada en los Evangelios
"la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.),
María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre de
mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En
efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu
Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es
otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima
Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de
Dios ["Theotokos"] (cf. DS 251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras
formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que
Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el
poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de
este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu
Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento
humano, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción
virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha
venido en una humanidad como la nuestra:
Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis
firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de
la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la
voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una
virgen, ...Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo
Poncio Pilato ... padeció verdaderamente, como también resucitó
verdaderamente" (Smyrn. 1-2).
497 Los relatos evangélicos (cf.
Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la concepción virginal como una
obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas
(cf. Lc 1, 34): "Lo concebido en ella viene del Espíritu
Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada
(Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina
hecha por el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y
dará a luz un Hijo" (Is 7, 14 según la traducción griega de Mt
1, 23).
498 A veces ha desconcertado el
silencio del Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento
sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear
si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones
teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder:
La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva
oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes,
judíos y paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32,
69; entre otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en
una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio
no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne
entre sí los misterios" (DS 3016), dentro del conjunto de los
Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio
de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de
este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la
muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el
silencio de Dios" (Eph. 19, 1;cf. 1 Co 2, 8).
María, la "siempre Virgen"
499 La profundización de la fe en
la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad
real y perpetua de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de
Dios hecho hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el
nacimiento de Cristo "lejos de disminuir consagró la integridad
virginal" de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a
María como la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen"
(cf. LG 52).
500 A esto se objeta a veces que
la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3,
31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia siempre ha entendido estos
pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María; en efecto,
Santiago y José "hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son los
hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa
de manera significativa como "la otra María" (Mt 28, 1). Se
trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida
del Antiguo Testamento (cf. Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
501 Jesús es el Hijo único de
María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende (cf. Jn 19,
26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales, El vino a salvar:
"Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos
hermanos (Rom 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y
educación colabora con amor de madre" (LG 63).
La maternidad virginal de María en el designio de Dios
502 La mirada de la fe, unida al
conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por
las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de
una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión
redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión
para con los hombres.
503 La virginidad de María
manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no
tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La naturaleza
humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre ...;
consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre
en nuestras humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos
naturalezas" (Cc. Friul en el año 796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra
del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque El es el Nuevo
Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: "El
primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del
cielo" (1 Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción,
está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin
medida" (Jn 3, 34). De "su plenitud", cabeza de la
humanidad redimida (cf Col 1, 18), "hemos recibido todos gracia por
gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán,
inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los
hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo será
eso?" (Lc 1, 34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina
no nace "de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre,
sino de Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal
porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal
de la vocación humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a
cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su
virginidad es el signo de su fe "no adulterada por duda
alguna" (LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1
Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del
Salvador: "Beatior est Maria percipiendo fidem Christi quam
concipiendo carnem Christi" ("Más bienaventurada es María al
recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de
Cristo" (S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y
madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la
Iglesia (cf. LG 63): "La Iglesia se convierte en Madre por la
palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el
bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos
por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que
guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).
Resumen
508 De la descendencia de Eva,
Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella,
"llena de gracia", es "el fruto excelente de la
redención" (SC 103); desde el primer instante de su concepción,
fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció
pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
509 María es verdaderamente
"Madre de Dios" porque es la madre del Hijo eterno de Dios
hecho hombre, que es Dios mismo.
510 María "fue Virgen al
concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen
después del parto, Virgen siempre" (S. Agustín, serm. 186, 1):
Ella, con todo su ser, es "la esclava del Señor" (Lc 1, 38).
511 La Virgen María
"colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los
hombres" (LG 56). Ella pronunció su "fiat" "loco
totius humanae naturae" ("ocupando el lugar de toda la
naturaleza humana") (Santo Tomás, s.th. 3, 30, 1 ): Por su
obediencia, Ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.
Párrafo 3
LOS MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO
512 Respecto a la vida de Cristo,
el Símbolo de la Fe no habla más que de los misterios de la
Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión,
crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos,
resurrección, ascensión). No dice nada explícitamente de los
misterios de la vida oculta y pública de Jesús, pero los artículos de
la fe referente a la Encarnación y a la Pascua de Jesús iluminan toda
la vida terrena de Cristo. "Todo lo que Jesús hizo y enseñó
desde el principio hasta el día en que ... fue llevado al cielo"
(Hch 1, 1-2) hay que verlo a la luz de los misterios de Navidad y de
Pascua.
513 La Catequesis, según las
circunstancias, debe presentar toda la riqueza de los Misterios de
Jesús. Aquí basta indicar algunos elementos comunes a todos los
Misteri os de la vida de Cristo (I), para esbozar a continuación los
principales misterios de la vida oculta (II) y pública (III) de Jesús.
I Toda la vida de Cristo es misterio
514 Muchas de las cosas respecto a
Jesús que interesan a la curiosidad humana no figuran en el Evangelio.
Casi nada se dice sobre su vida en Nazaret, e incluso una gran parte de
la vida pública no se narra (cf. Jn 20, 30). Lo que se ha escrito en
los Evangelios lo ha sido "para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su
nombre" (Jn 20, 31).
515 Los Evangelios fueron escritos
por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe
(cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo
conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos
de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su
natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el
sudario de su resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es
signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus
palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como
el "sacramento", es decir, el signo y el instrumento de su
divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible
en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina
y de su misión redentora.
Los rasgos comunes en los Misterios de Jesús
516 Toda la vida de Cristo es Revelación
del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos,
su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir: "Quien me ve a
mí, ve al Padre" (Jn 14, 9), y el Padre: "Este es mi Hijo
amado; escuchadle" (Lc 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho
para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb 10,5-7), nos "manifestó
el amor que nos tiene" (1 Jn 4,9) con los menores rasgos de sus
misterios.
517 Toda la vida de Cristo es
Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la
sangre de la cruz (cf. Ef 1, 7; Col 1, 13-14; 1 P 1, 18-19), pero este
misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación
porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9);
en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su
sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes
(cf. Jn 15,3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales
"él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección, por
medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4, 25).
518 Toda la vida de Cristo es
Misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y
sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su
vocación primera:
Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga
historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la
salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir,
el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús (S.
Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la razón por la cual
Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a
todos los hombres la comunión con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4).
Nuestra comunión en los Misterios de Jesús
519 Toda la riqueza de Cristo
"es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH
11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros,
desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra
salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co
15, 3) y en su Resurrección para nuestra justificación (Rom 4,25).
Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1 Jn 2,
1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor"
(Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por
todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios
en favor nuestro" (Hb 9, 24).
520 Toda su vida, Jesús se
muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): él es el
"hombre perfecto" (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos
y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar
(cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con
su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones
(cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace
que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros.
"El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con
todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola
cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo
que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de
Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en
nosotros y en toda su Iglesia ... Porque el Hijo de Dios tiene el
designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en
nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere
comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a
estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan
Eudes, regn.).
II Los misterios de la infancia y de la vida oculta de Jesús
Los preparativos
522 La venida del Hijo de Dios a
la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo
durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la
"Primera Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia
Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en
Israel. Además, despierta en el corazón de los paganos una espera,
aún confusa, de esta venida.
523 San Juan Bautista es el
precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle
el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76),
sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último
(cf.Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16); desde
el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y
encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29)
a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el
poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su
predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio
(cf. Mc 6, 17-29).
524 Al celebrar anualmente la liturgia
de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías:
participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador,
los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22,
17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se
une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo
disminuya" (Jn 3, 30).
El Misterio de Navidad
525 Jesús nació en la humildad
de un establo, de una familia pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos
pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza
se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se
cansa de cantar la gloria de esta noche:
La Virgen da hoy a luz al Eterno
Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.
Los ángeles y los pastores le alaban
Y los magos avanzan con la estrella.
Porque Tú has nacido para nosotros,
Niño pequeño, ¡Dios eterno!
(Kontakion, de Romanos el Melódico)
526 "Hacerse niño" con
relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18,
3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño;
más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7),
"nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de
Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros
cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es
el Misterio de este "admirable intercambio":
O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y
alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da
parte en su divinidad (LH, antífona de la octava de Navidad).
Los Misterios de la Infancia de Jesús
527 La Circuncisión de
Jesús, al octavo día de su nacimiento (cf. Lc 2, 21) es señal de su
inserción en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la Alianza, de
su sometimiento a la Ley (cf. Ga 4, 4) y de su consagración al culto de
Israel en el que participará durante toda su vida. Este signo prefigura
"la circuncisión en Cristo" que es el Bautismo (Col 2,
11-13).
528 La Epifanía es la
manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador
del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná
(cf. LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de
Epifanía), la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos
"magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos
"magos", representantes de religiones paganas de pueblos
vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por
la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los
magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los
Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz
mesiánica de la estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que
será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19). Su venida significa que
los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y
Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y
recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el
Antiguo Testamento (cf. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que "la
multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas"(S.
León Magno, serm.23 ) y adquiere la "israelitica dignitas"
(MR, Vigilia pascual 26: oración después de la tercera lectura).
529 La Presentación de Jesús
en el Templo (cf.Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que
pertenece al Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la
expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su
Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento).
Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, "luz de las
naciones" y "gloria de Israel", pero también "signo
de contradicción". La espada de dolor predicha a María anuncia
otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación
que Dios ha preparado "ante todos los pueblos".
530 La Huida a Egipto y la
matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de
las tinieblas a la luz: "Vino a su Casa, y los suyos no lo
recibieron"(Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo
de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su
vuelta de Egipto (cf. Mt 2, 15) recuerda el Exodo (cf. Os 11, 1) y
presenta a Jesús como el liberador definitivo.
Los misterios de la vida oculta de Jesús
531 Jesús compartió, durante la
mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los
hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo
manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4),
vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús
estaba "sometido" a sus padres y que "progresaba en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2,
51-52).
532 Con la sumisión a su madre, y
a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento.
Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La
sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba
la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad ..."(Lc
22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta
inaugurada ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de
Adán había destruido (cf. Rm 5, 19).
533 La vida oculta de Nazaret
permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos
más ordinarios de la vida humana:
Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la
escuela del Evangelio ...Una lección de silencio ante todo. Que
nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu
admirable e inestimable ... Una lección de vida familiar. Que
Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de amor, su
austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable ... Una
lección de trabajo. Nazaret, oh casa del "Hijo del
Carpintero", aquí es donde querríamos comprender y celebrar la
ley severa y redentora del trabajo humano ...; cómo querríamos, en
fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo entero y
enseñarles su gran modelo, su hermano divino (Pablo VI, discurso 5
enero 1964 en Nazaret).
534 El hallazgo de Jesús en el
Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio
de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja
entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión
derivada de su filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los
asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron"
esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos
los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida
ordinaria.
III Los misterios de la vida pública de Jesús
El Bautismo de Jesús
535 El comienzo (cf. Lc 3, 23) de
la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf.
Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados" (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores,
publicanos y soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf. Mt 3,
7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él.
"Entonces aparece Jesús". El Bautista duda. Jesús insiste y
recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma,
viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es "mi Hijo
amado" (Mt 3, 13-17). Es la manifestación ("Epifanía")
de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
536 El bautismo de Jesús es, por
su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo
doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya
"el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29);
anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10,
38; Lc 12, 50). Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15),
es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor
acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf.
Mt 26, 39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda
su complacencia en su Hijo (cf. Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que
Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a
"posarse" sobre él (Jn 1, 32-33; cf. Is 11, 2). De él
manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, "se
abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había
cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del
Espíritu como preludio de la nueva creación.
537 Por el bautismo, el cristiano
se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su
muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento
humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir
con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo,
en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él;
descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para
ser glorificados con él (S. Gregorio Nacianc. Or. 40, 9).
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de
agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del
cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de
Dios. (S. Hilario, Mat 2).
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios hablan de un
tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su
bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al desierto,
Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los
animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este
tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su
actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan
las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto,
y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc
4, 13).
539 Los evangelistas indican el
sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo
Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la
tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al
contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta
años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo
de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es
vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para
despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de
Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de
la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús
manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en
oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt
16, 21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al
Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo
igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se
une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al
Misterio de Jesús en el desierto.
"El Reino de Dios está cerca"
541 "Después que Juan fue
preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo, por tanto, para
hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los
cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a
los hombres a la participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace
reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es
la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este
Reino" (LG 5).
542 Cristo es el corazón mismo de
esta reunión de los hombres como "familia de Dios". Los
convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan
el reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él
realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su
Pascua: su muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea
levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). A
esta unión con Cristo están llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres
están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los
hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado
a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19).
Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra
de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan
con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino;
después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de
la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los
pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un
corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva
a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados
porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los
"pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las
cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús,
desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el
hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la
privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de
todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para
entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores
al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a
pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la
conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les
muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre
hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo
por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema
de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión
de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el
Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza
(cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf.
Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el
Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no
bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un
espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una
buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos
(cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el
Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los
Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están
"fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo
enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras
con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que
manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que
Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo
Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25).
Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los
que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los
milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre:
éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero
también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No
pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de
tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11,
47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3,
22).
549 Al liberar a algunos hombres
de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf.
Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús
realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos
los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a
los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8,
34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de
todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es
la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el
Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros
el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús
liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39).
Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este
mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente
establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus"
("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla
Regis").
"Las llaves del Reino"
551 Desde el comienzo de su vida
pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con
él y participar en su misión (cf. Mc 3, 13-19); les hizo partícipes
de su autoridad "y los envió a proclamar el Reino de Dios y a
curar" (Lc 9, 2). Ellos permanecen para siempre permanecen
asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su
Iglesia:
Yo, por mi parte, dispongo el Reino para vosotros, como mi Padre lo
dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os
sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Lc 22,
29-30).
552 En el colegio de los doce
Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3, 16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co
15, 5). Jesús le confía una misión única. Gracias a una revelación
del Padre , Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
Hades no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Cristo,
"Piedra viva" (1 P 2, 4), asegura a su Iglesia, edificada
sobre Pedro la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa
de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia.
Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de
confirmar en ella a sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
553 Jesús ha confiado a Pedro una
autoridad específica: "A ti te daré las llaves del Reino de los
cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,
19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa
de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10,
11) confirmó este encargo después de su resurrección:"Apacienta
mis ovejas" (Jn 21, 15-17). El poder de "atar y desatar"
significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias
doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús
confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles
(cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único a quien él
confió explícitamente las llaves del Reino.
Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.
554 A partir del día en que Pedro
confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro
"comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a
Jerusalén, y sufrir ... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer
día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23),
los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este
contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de
Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante
tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los
vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías
aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse
en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz
desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido;
escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús
muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro.
Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26),
es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían
visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían
anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de
Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como
siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu
Santo: "Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine,
Spiritus in nube clara" ("Apareció toda la Trinidad: el Padre
en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa"
(Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2):
Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que ellos
eran capaces, tus discípulos han contemplado Tu Gloria, oh Cristo Dios,
a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que Tu Pasión
era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la
irradiación del Padre (Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la
Transfiguración,)
556 En el umbral de la vida
pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración.
Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la
primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración
"es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia
resurrección (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros
participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que
actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos
concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el
cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso
como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que
"es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en
el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la
montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de
la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la
tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en
la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para
tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente
desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S.
Agustín, serm. 78, 6).
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban cumpliendo
los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a
Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión,
manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones
había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc
8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No
cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de
los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a).
Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él:
"¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina
reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23,
37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa
una vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras
en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos"
(Lc 19, 41-42).
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén
a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle
rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su
entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32;
cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la
salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!",
"Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la
Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un
asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su
Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que
da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su
Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los
"pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo
anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación
"Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26),
ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia
eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en
Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías
llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.
Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre
la Semana Santa.
Resumen
561 "La vida entera de
Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus
gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los
pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio en la cruz
por la salvación del mundo, su resurrección, son la actuación de su
palabra y el cumplimiento de la revelación" (CT 9).
562 Los discípulos de Cristo
deben asemejarse a él hasta que él crezca y se forme en ellos (cf. Ga
4, 19). "Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con
él estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con
él (LG 7).
563 Pastor o mago, nadie puede
alcanzar a Dios aquí abajo sino arrodillándose ante el pesebre de
Belén y adorando a Dios escondido en la debilidad de un niño.
564 Por su sumisión a María y
a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en
Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de la santidad en la vida cotidiana de
la familia y del trabajo.
565 Desde el comienzo de su
vida pública, en su bautismo, Jesús es el "Siervo"
enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el
"bautismo" de su pasión.
566 La tentación en el
desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás
mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el
Padre.
567 El Reino de los cielos ha
sido inaugurado en la tierra por Cristo. "Se manifiesta a los
hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo"
(LG 5). La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves
son confiadas a Pedro.
568 La Transfiguración de
Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la
proximidad de la Pasión: la subida a un "monte alto" prepara
la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que
su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de
la gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm. 51, 3).
569 Jesús ha subido
voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría
de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores (cf. Hb
12,3).
570 La entrada de Jesús en
Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías, recibido
en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón, va a llevar
a cabo por la Pascua de su Muerte y de su Resurrección.
ARTÍCULO 4
“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”
571 El Misterio pascual de la Cruz
y de la Resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que
los Apóstole s, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar
al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez
por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo
Jesucristo.
572 La Iglesia permanece fiel a
"la interpretación de todas las Escrituras" dada por Jesús
mismo, tanto antes como después de su Pascua: "¿No era necesario
que Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24,
26-27, 44-45). Los padecimientos de Jesús han tomado una forma
histórica concreta por el hecho de haber sido "reprobado por los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8, 31), que lo
"entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y
crucificarle" (Mt 20, 19).
573 Por lo tanto, la fe puede
escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido
transmitidas fielmente por los Evangelios (cf. DV 19) e iluminadas por
otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la
Redención.
Párrafo 1
JESÚS E ISRAEL
574 Desde los comienzos del
ministerio público de Jesús, fariseos y partidarios de Herodes, junto
con sacerdotes y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle (cf. Mc
3, 6). Por algunas de sus obras (expulsión de demonios, cf. Mt 12, 24;
perdón de los pecados, cf. Mc 2, 7; curaciones en sábado, cf. 3, 1-6;
interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley, cf. Mc 7,
14-23; familiaridad con los publicanos y los pecadores públicos, (cf.
Mc 2, 14-17), Jesús apareció a algunos malintencionados sospechoso de
posesión diabólica (cf. Mc 3, 22; Jn 8, 48; 10, 20). Se le acusa de
blasfemo (cf. Mc 2, 7; Jn 5,18; 10, 33) y de falso profetismo (cf. Jn 7,
12; 7, 52), crímenes religiosos que la Ley castigaba con pena de muerte
a pedradas (cf. Jn 8, 59; 10, 31).
575 Muchas de las obras y de las
palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de
contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de
Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con
frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13;
9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del
pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los
fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le
previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús alaba a
alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa
de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas
por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los
muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna,
ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como
Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo
(cf. Mc 12, 28-34).
576 A los ojos de muchos en
Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del
Pueblo elegido:
– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos
escritos, y, para los fariseos, su interpretación por la tradición
oral.
– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar
santo donde Dios habita de una manera privilegiada.
– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede
compartir.
I Jesús y la Ley
577 Al comienzo del Sermón de la
montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada
por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la
gracia de la Nueva Alianza:
"No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he
venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y
la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley sin que
todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos
mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en
el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese
será grande en el Reino de los cielos" (Mt 5, 17-19).
578 Jesús, el Mesías de Israel,
por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar
a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos,
según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer
perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión,
jamás han podido cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin violar el
menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso,
en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón
a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un
todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero
falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga
3, 10; 5, 3).
579 Este principio de integridad
en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su
espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel,
muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo
religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en
una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no
podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios
que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar
de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El cumplimiento perfecto de la
Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a
la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no
aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del
corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar
fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la
Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar
sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que
habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la
Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de
las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).
581 Jesús fue considerado por los
Judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11,
28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de
la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2,
23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía
menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con
proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba
como quien tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29).
La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la
Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las
Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la
perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva:
"Habéis oído también que se dijo a los antepasados ... pero yo
os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba
ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que
"anulan la Palabra de Dios" (Mc 7, 13).
582 Yendo más lejos, Jesús da
plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la
vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico"
(cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo
que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así
declaraba puros todos los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es
lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los
hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar
con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio
enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su
interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con
que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre,
en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda,
frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24),
que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf.
Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que
realizan sus curaciones.
II Jesús y el Templo
583 Como los profetas anteriores a
él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén.
Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su
nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en
el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su
Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los
años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio
público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo
de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14;
8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como
al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él
la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio
exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los
mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no
hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se
acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal
69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los
Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2,
46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).
585 Jesús anunció, no obstante,
en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del
cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí un
anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su
propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía pudo ser
deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo
sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando
estaba clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al
Templo (cf. Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo
esencial de su enseñanza (cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el
impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien
acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18).
Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada
definitiva de Dios entre los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso
su muerte corporal (cf. Jn 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo
que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la
salvación:"Llega la hora en que, ni en este monte, ni en
Jerusalén adoraréis al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27,
51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
III Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador
587 Si la Ley y el Templo pudieron
ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y
las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús,
para la redención de los pecados -obra divina por excelencia- acepta
ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20,
17-18; Sal 118, 22).
588 Jesús escandalizó a los
fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan
familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1).
Contra algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a
los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó:
"No he venido a llamar a conversión a justos, sino a
pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente
a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8,
33-36), los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con
respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40-41).
589 Jesús escandalizó sobre todo
porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la
actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6).
Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los
pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc
15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando
Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como
ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los
pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o
bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a
Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace
presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
590 Sólo la identidad divina de
la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como
ésta: "El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30);
lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más que
Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Mt 12,
6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su
Señor (cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese
Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos
una sola cosa" (Jn 10, 30).
591 Jesús pidió a las
autoridades religiosas de Jerusalén creer en él en virtud de las obras
de su Padre que el realizaba (Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía
pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo
"nacimiento de lo alto" (Jn 3, 7) atraído por la gracia
divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de conversión frente a un
cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53, 1) permite
comprender el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús
merecía la muerte como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus
miembros obraban así tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23,
34;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento" (Mc 3, 5;Rm 11,
25) de la "incredulidad" (Rm 11, 20).
Resumen
592 Jesús no abolió la Ley
del Sinaí, sino que la perfeccionó (cf. Mt 5, 17-19) de tal modo (cf.
Jn 8, 46) que reveló su hondo sentido (cf. Mt 5, 33) y satisfizo por
las transgresiones contra ella (cf. Hb 9, 15).
593 Jesús veneró el Templo
subiendo a él en peregrinación en las fiestas judías y amó con gran
celo esa morada de Dios entre los hombres. El Templo prefigura su
Misterio. Anunciando la destrucción del templo anuncia su propia muerte
y la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación, donde su
cuerpo será el Templo definitivo.
594 Jesús realizó obras como
el perdón de los pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5,
16-18). Algunos judíos que no le reconocían como Dios hecho hombre
(cf. Jn 1, 14) veían en él a "un hombre que se hace Dios"
(Jn 10, 33), y lo juzgaron como un blasfemo.
Párrafo 2
JESÚS MURIÓ CRUCIFICADO
I El proceso de Jesús
Divisiones de las autoridades judías respecto a Jesús
595 Entre las autoridades
religiosas de Jerusalén, no solamente el fariseo Nicodemo (cf. Jn 7,
50) o el notable José de Arimatea eran en secreto discípulos de Jesús
(cf. Jn 19, 38-39), sino que durante mucho tiempo hubo disensiones a
propósito de El (cf. Jn 9, 16-17; 10, 19-21) hasta el punto de que en
la misma víspera de su pasión, S. Juan pudo decir de ellos que
"un buen número creyó en él", aunque de una manera muy
imperfecta (Jn 12, 42). Eso no tiene nada de extraño si se considera
que al día siguiente de Pentecostés "multitud de sacerdotes iban
aceptando la fe" (Hch 6, 7) y que "algunos de la secta de los
Fariseos ... habían abrazado la fe" (Hch 15, 5) hasta el punto de
que Santiago puede decir a S. Pablo que "miles y miles de judíos
han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la Ley" (Hch
21, 20).
596 Las autoridades religiosas de
Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de
Jesús (cf. Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a
los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos
creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar
Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les
propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y
no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín
declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo,
pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn
18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta
política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás
acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas
políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que
éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los Judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta la
complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre
el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los
protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo
Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al
conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una
muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas
contenidas en las exhortaciones a la conversión después de
Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39;
13, 27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc
23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia"
(Hch 3, 17) de los Judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún
menos, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que significa una
fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6), se podría ampliar
esta responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y en el
tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II:
"Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado
indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los
judíos de hoy...no se ha de señalar a los judíos como reprobados por
Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la Sagrada
Escritura" (NA 4).
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo
598 La Iglesia, en el magisterio
de su fe y en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que
"los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de
todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catech. R. I, 5,
11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a
Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar
a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús,
responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado
únicamente a los judíos:
Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que
continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones
las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la
cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el
mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen
a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro
crimen en este caso es mayor que el de los Judíos. Porque según el
testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían
crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros,
en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con
nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos
criminales (Catech. R. 1, 5, 11).
Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con
ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía,
deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco de Asís,
admon. 5, 3).
II La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación
"Jesús entregado según el preciso designio de Dios"
599 La muerte violenta de Jesús
no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de
circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo
explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de
Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y
previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no
significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13)
fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por
Dios.
600 Para Dios todos los momentos
del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su
designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la
respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente,
se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has
ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos
de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo
que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4,
27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26,
54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch
3, 17-18).
"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"
601 Este designio divino de
salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is
53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como
un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a
los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36).
S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber
"recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por
nuestros pecados según las Escrituras" (ibidem: cf.
también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de
Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is
53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y
de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de
su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles
(cf. Lc 24, 44-45).
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia, S. Pedro pudo
formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación:
"Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros
padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa,
como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de
la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de
vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia
del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1
Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf.
Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa
del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo
pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en
él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la
reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en
el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos
asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal
22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores,
"Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por
todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados
con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por
nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un
designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra
parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19).
"La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros
todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final
de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción:
"De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que
se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su
vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último
término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la
única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5,
18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2,
2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción:
"no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido
Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).
III Cristo se ofreció a su Padre por nuestros pecados
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios "bajado
del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha
enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He
aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de
esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para
siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer
instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de
salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34).
El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1
Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre:
"El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El
mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha
ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el
designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf.
Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón
de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero
¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El
cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y
todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19,
30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de
haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21;
Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que
quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó
así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en
silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de
las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la
Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf.
Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión:
"Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su
corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó
hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor
que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el
sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre
y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres
(cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su
pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre
quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy
voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del
Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18,
4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma
suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce
Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"
(1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre,
Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su
ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los
hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por
vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va
a ser derramada por muchos para remisión de los pecados"
(Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó
en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su
sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les
manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus
apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a
mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad"
(Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS 1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza
que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22,
20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de
Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la
muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si
es posible, que pase de mí este cáliz .." (Mt 26, 39). Expresa
así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta,
en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a
diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb
4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo
está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida"
(Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26).
Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf.
Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras
faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la
vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención
definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del
"cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1,
19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que
devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8)
reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es
único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10).
Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al
Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es
ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn
15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del
Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la
desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores,
así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos
justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí
mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de
muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas
soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el
extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de
reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo.
Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20;
Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno
murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún
hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre
sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por
todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al
mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le
constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio
redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione
in ligno crucis nobis justif icationem meruit" ("Por su
sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la
justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando
el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de
salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando:
"O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única
esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único
sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada,
"se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él
"ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo
conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama
a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24)
porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que
sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su
sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros
beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en
forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al
misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa
de Lima, vida)
Resumen
619 "Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3).
620 Nuestra salvación procede
de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "El nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al
mundo consigo" (2 Co 5, 19).
621 Jesús se ofreció
libremente por nuestra salvación. Este don lo significa y lo realiza
por anticipado durante la última cena: "Este es mi cuerpo que va a
ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19).
622 La redención de Cristo
consiste en que él "ha venido a dar su vida como rescate por
muchos" (Mt 20, 28), es decir "a amar a los suyos hasta el
extremo" (Jn 13, 1) para que ellos fuesen "rescatados de la
conducta necia heredada de sus padres" (1 P 1, 18).
623 Por su obediencia amorosa a
su Padre, "hasta la muerte de cruz" (Flp 2, 8) Jesús cumplió
la misión expiatoria (cf. Is 53, 10) del Siervo doliente que
"justifica a muchos cargando con las culpas de ellos". (Is 53,
11; cf. Rm 5, 19).
Párrafo 3
JESUCRISTO FUE SEPULTADO
624 "Por la gracia de Dios,
gustó la muerte para bien de todos" (Hb 2, 9). En su designio de
salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por
nuestros pecados" (1 Co 15, 3) sino también que "gustase la
muerte", es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de
separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido
entre el momento en que él expiró en la Cruz y el momento en que
resucitó . Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y
del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que
Cristo depositado en la tumba (cf. Jn 19, 42) manifiesta el gran reposo
sabático de Dios (cf. Hb 4, 4-9) después de realizar (cf. Jn 19, 30)
la salvación de los hombres, que establece en la paz el universo entero
(cf. Col 1, 18-20).
El cuerpo de Cristo en el sepulcro
625 La permanencia de Cristo en el
sepulcro constituye el vínculo real entre el estado pasible de Cristo
antes de Pascua y su actual estado glorioso de resucitado. Es la misma
persona de "El que vive" que puede decir: "estuve muerto,
pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 18):
Dios [el Hijo] no impidió a la muerte separar el alma del cuerpo,
según el orden necesario de la natur aleza pero los reunió de nuevo,
uno con otro, por medio de la Resurrección, a fin de ser El mismo en
persona el punto de encuentro de la muerte y de la vida deteniendo
en él la descomposición de la naturaleza que produce la muerte y
resultando él mismo el principio de reunión de las partes separadas
(S. Gregorio Niceno, or. catech. 16).
626 Ya que el "Príncipe de la vida que fue llevado a la
muerte" (Hch 3,15) es al mismo tiempo "el Viviente que ha
resucitado" (Lc 24, 5-6), era necesario que la persona divina del
Hijo de Dios haya continuado asumiendo su alma y su cuerpo separados
entre sí por la muerte:
Por el hecho de que en la muerte de Cristo el alma haya sido separada de
la carne, la persona única no se encontró dividida en dos personas;
porque el cuerpo y el alma de Cristo existieron por la misma razón
desde el principio en la persona del Verbo; y en la muerte, aunque
separados el uno de la otra, permanecieron cada cual con la misma y
única persona del Verbo (S. Juan Damasceno, f.o. 3, 27).
"No dejarás que tu santo vea la corrupción"
627 La muerte de Cristo fue una
verdadera muerte en cuanto que puso fin a su existencia humana terrena.
Pero a causa de la unión que la Persona del Hijo conservó con su
cuerpo, éste no fue un despojo mortal como los demás porque "no
era posible que la muerte lo dominase" (Hch 2, 24) y por eso de
Cristo se puede decir a la vez: "Fue arrancado de la tierra de los
vivos" (Is 53, 8); y: "mi carne reposará en la esperanza de
que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo
experimente la corrupción" (Hch 2,26-27; cf.Sal 16, 9-10). La
Resurrección de Jesús "al tercer día" (1Co 15, 4; Lc 24,
46; cf. Mt 12, 40; Jon 2, 1; Os 6, 2) era el signo de ello, también
porque se suponía que la corrupción se manifestaba a partir del cuarto
día (cf. Jn 11, 39).
"Sepultados con Cristo ... "
628 El Bautismo, cuyo signo
original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la bajada del
cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una nueva vida:
"Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por
medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida
nueva" (Rm 6,4; cf Col 2, 12; Ef 5, 26).
Resumen
629 Jesús gustó la muerte
para bien de todos (cf. Hb 2, 9). Es verdaderamente el Hijo de Dios
hecho hombre que murió y fue sepultado.
630 Durante el tiempo que
Cristo permaneció en el sepulcro su Persona divina continuó asumiendo
tanto su alma como su cuerpo, separados sin embargo entre sí por causa
de la muerte. Por eso el cuerpo muerto de Cristo "no conoció la
corrupción" (Hch 13,37).
ARTÍCULO 5
"JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS"
631 "Jesús bajó a las
regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que
subió" (Ef 4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un
mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su
Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su Pascua
donde, desde el fondo de la muerte, él hace brotar la vida:
Christus, Filius tuus,
qui, regressus ab inferis,
humano generi serenus illuxit,
et vivit et regnat in saecula saeculorum. Amen.
(Es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos.Amén).
(MR, Vigilia pascual 18: Exultet)
Párrafo 1
CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
632 Las frecuentes afirmaciones
del Nuevo Testamento según las cuales Jesús "resucitó de entre
los muertos" (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que,
antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf.
Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al
descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos
los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha
descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que
estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).
633 La Escritura llama infiernos,
sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada
de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se
encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6;
88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de
todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32,
17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo
enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el
"seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente
estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham,
a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos"
(Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí
a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir
el infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a
los justos que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625;
DS 485; cf. también Mt 27, 52-53).
634 "Hasta a los muertos ha
sido anunciada la Buena Nueva ..." (1 P 4, 6). El descenso a los
infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la
salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase
condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real
de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los
tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen
partícipes de la Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la
profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para
"que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan
vivan" (Jn 5, 25). Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch
3, 15) aniquiló "mediante la muerte al señor de la muerte, es
decir, al Diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de
por vida sometidos a esclavitud "(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo
resucitado "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap 1,
18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la
tierra y en los abismos" (Flp 2, 10).
Un gran silencio reina hoy en la tierra, un gran silencio y una gran
soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra ha temblado y
se ha calmado porque Dios se ha dormido en la carne y ha ido a despertar
a los que dormían desde hacía siglos ... Va a buscar a Adán, nuestro
primer Padre, la oveja perdida. Quiere ir a visitar a todos los que se
encuentran en las tinieblas y a la sombra de la muerte. Va para liberar
de sus dolores a Adán encadenado y a Eva, cautiva con él, El que es al
mismo tiempo su Dios y su Hijo...'Yo soy tu Dios y por tu causa he sido
hecho tu Hijo. Levántate, tú que dormías porque no te he creado para
que permanezcas aquí encadenado en el infierno. Levántate de entre los
muertos, yo soy la vida de los muertos (Antigua homilía para el Sábado
Santo).
Resumen
636 En la expresión
"Jesús descendió a los infiernos", el símbolo confiesa que
Jesús murió realmente, y que, por su muerte en favor nuestro, ha
vencido a la muerte y al Diablo "Señor de la muerte" (Hb 2,
14).
637 Cristo muerto, en su alma
unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió
las puertas del cielo a los justos que le habían precedido.
Párrafo 2
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
638 "Os anunciamos la Buena
Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en
nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús (Hch 13, 32-33). La
Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo,
creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central,
transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los
documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del
Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:
Cristo resucitó de entre los muertos.
Con su muerte venció a la muerte.
A los muertos ha dado la vida.
(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)
I El acontecimiento histórico y transcendente
639 El misterio de la
resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo
manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo
Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los
Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez
recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras;
que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras;
que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El
Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección
que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf.
Hch 9, 3-18).
El sepulcro vacío
640 "¿Por qué buscar entre
los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24,
5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento
que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa.
La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de
otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro
vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento
por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho
de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres
(cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El
discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el
sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20,
6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el
estado del sepulcro vacío (cf.Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de
Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto
simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf.
Jn 11, 44).
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena y las santas
mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc
24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada
del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al
Resucitado (cf. Mt 28, 9-10;Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las
primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios
Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos,
primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a
confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al
Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la
comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas
jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro
en particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la
mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las
piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de
creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de
los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos
"testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son
ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla
claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús
en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co
15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es
imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden
físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los
hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de
la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de
antemano(cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan
grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron
tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de
mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los
evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la cara
sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no
creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus
palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11.
13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua
"les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no
haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la
cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los
discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf.
Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban
asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la
duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida
por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto
la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un
"producto" de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no
tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació -
bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la
realidad de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado establece
con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24,
39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9.
13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc
24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el
que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y
crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24,
40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al
mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está
situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su
voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15.
36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser
retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del
Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es
soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un
jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12)
distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para
suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no
fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones
que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de
Naim, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las
personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de
Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento,
volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente
diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra
vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo
de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida
divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de
Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).
La resurrección como acontecimiento transcendente
647 "¡Qué noche tan
dichosa, canta el 'Exultet' de Pascua, sólo ella conoció el momento en
que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto, nadie fue
testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún
evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente.
Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue
perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la
señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los
apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece
menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y
sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al
mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, "a los que habían
subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos
ante el pueblo" (Hch 13, 31).
II La Resurrección obra de la Santísima Trinidad
648 La Resurrección de Cristo es
objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo
en la creación y en la historia. En ella, las tres personas divinas
actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza
por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch 2, 24) a
Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su
humanidad - con su cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela
definitivamente "Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4).
San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2
Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu
que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al
estado glorioso de Señor.
649 En cuanto al Hijo, él realiza
su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que
el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar
(sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra
parte, él afirma explícitamente: "doy mi vida, para recobrarla de
nuevo ... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo"
(Jn 10, 17-18). "Creemos que Jesús murió y resucitó" (1 Te
4, 14).
650 Los Padres contemplan la
Resurrección a partir de la persona divina de Cristo que permaneció
unida a su alma y a su cuerpo separados entre sí por la muerte:
"Por la unidad de la naturaleza divina que permanece presente en
cada una de las dos partes del hombre, éstas se unen de nuevo. Así la
muerte se produce por la separación del compuesto humano, y la
Resurrección por la unión de las dos partes separadas" (San
Gregorio Niceno, res. 1; cf.también DS 325; 359; 369; 539).
III Sentido y alcance salvífico de la Resurrección
651 "Si no resucitó Cristo,
vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe"(1 Co 15,
14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo
que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más
inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si
Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad
divina según lo había prometido.
652 La Resurrección de Cristo es cumplimiento
de las promesas del Antiguo Testamento (cf. Lc 24, 26-27. 44-48) y
del mismo Jesús durante su vida terrenal (cf. Mt 28, 6; Mc 16, 7; Lc
24, 6-7). La expresión "según las Escrituras" (cf. 1 Co 15,
3-4 y el Símbolo nicenoconstantinopolitano) indica que la Resurrección
de Cristo cumplió estas predicciones.
653 La verdad de la divinidad
de Jesús es confirmada por su Resurrección. El había dicho:
"Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que
Yo Soy" (Jn 8, 28). La Resurrección del Crucificado demostró que
verdaderamente, él era "Yo Soy", el Hijo de Dios y Dios
mismo. San Pablo pudo decir a los Judíos: "La Promesa hecha a los
padres Dios la ha cumplido en nosotros ... al resucitar a Jesús, como
está escrito en el salmo primero: 'Hijo mío eres tú; yo te he
engendrado hoy" (Hch 13, 32-33; cf. Sal 2, 7). La Resurrección de
Cristo está estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo
de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.
654 Hay un doble aspecto en el
misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su
Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer
lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios
(cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de
entre los muertos ... así también nosotros vivamos una nueva
vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el
pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1,
3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten
en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos
después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt
28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la
gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real
en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su
Resurrección.
655 Por último, la Resurrección
de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra
resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos
como primicias de los que durmieron ... del mismo modo que en Adán
mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15,
20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en
el corazón de sus fieles. En El los cristianos "saborean los
prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por
Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan
para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por
ellos" (2 Co 5, 15).
Resumen
656 La fe en la Resurrección
tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado
por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y
misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la humanidad de
Cristo en la gloria de Dios.
657 El sepulcro vacío y las
vendas en el suelo significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha
escapado por el poder de Dios de las ataduras de la muerte y de la
corrupción . Preparan a los discípulos para su encuentro con el
Resucitado.
658 Cristo, "el
primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18), es el principio de
nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de
nuestra alma (cf. Rm 6, 4), más tarde por la vivificación de nuestro
cuerpo (cf. Rm 8, 11).
ARTÍCULO 6
“JESUCRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS,
Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODOPODEROSO”
659 "Con esto, el Señor
Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la
diestra de Dios" (Mc 16, 19). El Cuerpo de Cristo fue glorificado
desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades
nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta
para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante los cuarenta
días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos (cf.
Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino (cf. Hch 1, 3), su gloria aún
queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12;
Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4). La última aparición de Jesús termina
con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina
simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13,
22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la
derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110,
1). Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a
Pablo "como un abortivo" (1 Co 15, 8) en una última
aparición que constituye a éste en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
660 El carácter velado de la
gloria del Resucitado durante este tiempo se transparenta en sus
palabras misteriosas a María Magdalena: "Todavía no he subido al
Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre,
a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20, 17). Esto indica una diferencia
de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo
exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y
transcendente de la Ascensión marca la transición de una a otra.
661 Esta última etapa permanece
estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo
realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre"
puede "volver al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha
subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre"
(Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad
no tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y
a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha podido abrir este acceso al
hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que
nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de
seguirlo en su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).
662 "Cuando yo sea levantado
de la tierra, atraeré a todos hacia mí"(Jn 12, 32). La elevación
en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo.
Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y
eterna, no "penetró en un Santuario hecho por mano de hombre, ...
sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de
Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce
permanentemente su sacerdocio. "De ahí que pueda salvar
perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre
vivo para interceder en su favor"(Hb 7, 25). Como "Sumo
Sacerdote de los bienes futuros"(Hb 9, 11), es el centro y el
oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf.
Ap 4, 6-11).
663 Cristo, desde entonces, está
sentado a la derecha del Padre: "Por derecha del Padre
entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía
como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial
al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de
que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4, 2; PG
94, 1104C).
664 Sentarse a la derecha del
Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la
visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se
le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas
le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su
reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este
momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino
que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
Resumen
665 La ascensión de Jesucristo
marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio
celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras
tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).
666 Jesucristo, cabeza de la
Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros,
miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con él
eternamente.
667 Jesucristo, habiendo
entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar
por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la
efusión del Espíritu Santo.
ARTÍCULO 7
“DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS”
I Volverá en gloria
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió
a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9).
La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su
humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor:
Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima
de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre
"bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo
es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la
historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación
encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también
la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al
cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la
tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que
Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef
4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino
en la tierra" (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el
designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la "última
hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la historia ha
llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de
manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por
anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se
caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta"
(LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos
milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia
(cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente
ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran
poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del
Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes
del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos
en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y
nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva
en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la
imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que
gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de
los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden,
sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el
retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor
Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su
Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del
Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los
profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden
definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según
el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8),
pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza"
(1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la
Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1
Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt
25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el
advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun
cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que
ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32).
Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento
(cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final
que le ha de preceder estén "retenidos" en las manos de Dios
(cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías
glorioso, en un momento determinad o de la historia se vincula al
reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt
23, 39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en
"la incredulidad" respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro
dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés:
"Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean
borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y
envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe
retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que
Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo
le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del
mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los
muertos?" (Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos"
(Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de "la
plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de
Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual
"Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento de
Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la
fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que
acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15,
19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de
una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución
aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la
verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir,
la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo
colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf.
2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo
aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo
la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino
más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico:
incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación
del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo
bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente
perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena
el "falso misticismo" de esta "falsificación de la
redención de los humildes"; GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en
la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá
a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino
no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la
Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una
victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20,
7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4).
El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio
final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este
mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
II Para juzgar a vivos y muertos
678 Siguiendo a los profetas (cf.
Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús
anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se
pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el
secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4,
5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en
nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La
actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la
gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último
día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida
eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los
corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo.
"Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre también ha
entregado "todo juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25,
31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para
juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él
(cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que
cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido
según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse
eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6;
10, 26-31).
Resumen
680 Cristo, el Señor, reina ya
por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de
este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último
asalto de las fuerzas del mal.
681 El día del Juicio, al fin
del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo
definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán
crecido juntos en el curso de la historia.
682 Cristo glorioso, al venir
al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la
disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según
sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
CAPÍTULO TERCERO
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
683 "Nadie puede decir:
"¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este
conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar
en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído
por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros
la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que
tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica
íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por
medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores
del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el
Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad.
Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el
Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre
es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu
Santo (San Ireneo, dem. 7).
684 El Espíritu Santo con su
gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia
en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es
el "último" en la revelación de las personas de la Santísima
Trinidad . San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", explica
esta progresión por medio de la pedagogía de la
"condescendencia" divina:
El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más
obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever
la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía
entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto,
no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre,
proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no
era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo
suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida ... Así por
avances y progresos "de gloria en gloria", es como la luz de
la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San
Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 26).
685 Creer en el Espíritu Santo
es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de
la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo,
"que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración
gloria" (Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha hablado
del misterio divino del Espíritu Santo en la "teología"
trinitaria, en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino
en la "Economía" divina.
686 El Espíritu Santo coopera con
el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación
y hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos",
inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu
se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.
Entonces, este Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito"
y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu
que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de
los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.
ARTÍCULO 8
“CREO EN EL ESPÍRITU SANTO”
687 "Nadie conoce lo íntimo
de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu
que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero
no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" nos
hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos
sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a
recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos
"desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16,
13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué
"el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce",
mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos
(Jn 14, 17).
688 La Iglesia, Comunión viviente
en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro
conocimiento del Espíritu Santo:
– en las Escrituras que El ha inspirado:
– en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos
siempre actuales;
– en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;
– en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos,
en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión con Cristo;
– en la oración en la cual El intercede por nosotros;
– en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la
Iglesia;
– en los signos de vida apostólica y misionera;
– en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y
continúa la obra de la salvación.
I La misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo
689 Aquel al que el Padre ha
enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga 4, 6) es
realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de
ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor
para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante,
consubstancial e individible, la fe de la Iglesia profesa también la
distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía
también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu
Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien
se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu
Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo,
"ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que
sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34).
Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de
junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: El les
comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo
glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará
desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su
Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y
hacerles vivir en él:
La noción de la unción sugiere ...que no hay ninguna distancia entre
el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la
superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los
sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto
del Hijo con el Espíritu... de tal modo que quien va a tener contacto
con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con
el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu
Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se
hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu
desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San Gregorio
Niceno, Spir. 3, 1).
II El nombre, los apelativos y los símbolos del Espíritu Santo
El nombre propio del Espíritu Santo
691 "Espíritu Santo",
tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con el
Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo
profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término "Espíritu" traduce el término hebreo
"Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire,
viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para
sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el
Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu
y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero,
uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y el lenguaje teológico
designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible
con los demás empleos de los términos "espíritu" y
"santo".
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús, cuando anuncia y
promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito",
literalmente "aquél que es llamado junto a uno",
"advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito"
se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el
primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu
Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de su nombre propio,
que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los
apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu
de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15;
Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2
Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40),
y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14).
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo
del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta
se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del
mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el
agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento
a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados
en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1
Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva
que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su
manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7,
38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).
695 La unción. El
simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu
Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1
Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo
sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de
Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que
tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu
Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa
"Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo
"ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el
rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una
manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente
"ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido
"Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1).
La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio
del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e
impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2,
26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana
de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19;
8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf.
Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en
su Humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye
profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos"
constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese
Hombre perfecto ... que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13):
"el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
696 El fuego. Mientras que
el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el
Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los
actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como el
fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su
oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte
Carmelo (cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que
transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con
el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo
como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc
3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego
sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!"
(Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego", como el
Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés
y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará
este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción
del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva).
"No extingáis el Espíritu"(1 Te 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos
dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu
Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces
oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así
un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña
del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33,
9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10,
1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues
bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El
es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su
sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En
la montaña de la Transfiguración es El quien "vino en una nube y
cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro,
Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que decía: Este
es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente,
la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos
el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del
hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
698 El sello es un símbolo
cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha
marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también
en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del
sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción
del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación
y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas
para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres
sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.
699 La mano. Imponiendo las
manos Jesús cura a los enfermos(cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños
(cf. Mc 10, 16).En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16,
18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de
los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13, 3;
19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en
el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza
(cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu
Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.
700 El dedo. "Por el
dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si la
Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de
Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los
Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de
Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón"
(2 Co 3, 3). El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo
como "digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del
Padre").
701 La paloma. Al final del
diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por
Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la
tierra es habitable de nuevo(cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del
agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se
posa sobre él (cf. Mt 3, 16 par.). El Espíritu desciende y reposa en
el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa
Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma
de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo
de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la
iconografía cristiana.
III El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas
702 Desde el comienzo y hasta
"la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta
del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa.
El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos,
sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de
ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la
Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él
(cf. Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, "que habló por los
profetas", quiere decirnos acerca de Cristo.
Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los
que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la
redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo
Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros
libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros
históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en
particular los Salmos, cf. Lc 24, 44].
En la Creación
703 La Palabra de Dios y su Soplo
están en el origen del ser y de la vida de toda creatura (cf. Sal 33,
6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10):
Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación
porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo ... A El se le da el
poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre
por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos del
segundo modo).
704 "En cuanto al hombre, es
con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios
lo hizo ... y él dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de
modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina" (San
Ireneo, dem. 11).
El Espíritu de la promesa
705 Desfigurado por el pecado y
por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios", a
imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3,
23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham
inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo
mismo asumirá "la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la
restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar
la Gloria, el Espíritu "que da la Vida".
706 Contra toda esperanza humana,
Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder
del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13;
Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra
(cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien
la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de
Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento
(cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22,
17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la
Promesa, que es prenda ... para redención del Pueblo de su posesión"
(Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).
En las Teofanías y en la Ley
707 Las Teofanías
[manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los
Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la
misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha
reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír,
a la vez revelado y "cubierto" por la nube del Espíritu
Santo.
708 Esta pedagogía de Dios
aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11;
29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al
Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre
privado de la "semejanza" divina y el conocimiento creciente
que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu
Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.
En el Reino y en el Exilio
709 La Ley, signo de la Promesa y
de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del
Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y
guardáis mi alianza, ... seréis para mí un reino de sacerdotes y una
nación santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David,
Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás
naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2
S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a
los pobres según el Espíritu.
710 El olvido de la Ley y la
infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso
de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y
comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era
necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24,
26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y
el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de la figuras más
transparentes de la Iglesia.
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 "He aquí que yo lo
renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar, una
se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu
nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres
(cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de
Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25.
38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a él se refieren.
A continuación se describen aquellas en que aparece sobre todo la
relación del Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías
esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12)
("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn
12, 41), en particular en Is 11, 1-2:
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
713 Los rasgos del Mesías se
revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12,
18-21; Jn 1, 32-34; después Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y en
fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la
Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para
vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra
"condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra
muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el
anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4,
18-19; cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
715 Los textos proféticos que se
refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los
que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa,
con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez. 11, 19;
36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento
proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf. Hch 2, 17-21). Según
estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor
renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva;
reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos;
transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los
hombres en la paz.
716 El Pueblo de los
"pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, 1;
etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios
misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino
del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión
escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para
preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo,
purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos.
En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo
bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
IV El Espíritu de Cristo en la plenitud de los tiempos
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre, enviado
por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu
Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del
mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu
Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así
en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe
venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace
correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En
Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar
al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un
profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el
"hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los
profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia
de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que
llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad,
"vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7;cf.
Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las
"indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles
(1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se
queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo
lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios ... He ahí
el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el
Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en
Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El
bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu
será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María, la Santísima Madre de
Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del
Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el
designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre
encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden
habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la
sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente
con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y
representada en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que
el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó
a María con su gracia . Convenía que fuese "llena de gracia"
la madre de Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado,
por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más
capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel
Gabriel la saluda como la "Hija de Sión": "Alégrate"
(cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, es la
acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia,
esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu
Santo (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza
el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo
de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en
fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc
1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta
al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de
la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en
la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf. Lc 2,
15-19) y a las primicias de las naciones (cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María,
el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los
hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf. Lc 2, 14),
y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los
magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos.
726 Al término de esta Misión
del Espíritu, María se convierte en la "Mujer", nueva Eva
"madre de los vivientes", Madre del "Cristo total"
(cf. Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que
"perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1,
14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu
va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la
Iglesia.
Cristo Jesús
727 Toda la Misión del Hijo y del
Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el Hijo
es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz
de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu
Santo. Aquí se mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del
Espíritu Santo hecha por Jesús y su don realizado por el Señor
glorificado.
728 Jesús no revela plenamente el
Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte
y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su
enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento
para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a
Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a
los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39).
A sus discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración
(cf. Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán que dar (cf. Mt 10,
19-20).
729 Solamente cuando ha llegado la
Hora en que va a ser glorificado Jesús promete la venida del Espíritu
Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la
Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17,
26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre
en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre
de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del
Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con
nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo
y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de
él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En
cuanto al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia y de
juicio.
730 Por fin llega la Hora de Jesús
(cf. Jn 13, 1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en las manos del
Padre (cf. Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su Muerte es
vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por
la Gloria del Padre" (Rm 6, 4), enseguida da a sus discípulos
el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento (cf. Jn 20, 22). A
partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte
en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo
os envío" (Jn 20, 21; cf. Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).
V El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos
Pentecostés
731 El día de Pentecostés (al término
de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la
efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como
Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36),
derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela
plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por
Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la
carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima
Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al
mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el
Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial,
hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible
porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de
Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después
de la comunión)
El Espíritu Santo, El Don de Dios
733 "Dios es Amor" (1 Jn
4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás.
Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al
menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del
Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu
Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los
bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
735 El nos da entonces las
"arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf.
Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima Trinidad que es
amar "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor
(la caridad de 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo,
hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu
Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu
Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la
Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es
caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra
Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16,
24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,
25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos
restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la
adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de
participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de
tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir. 15,36).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu
Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu
Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo
en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara
a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo.
Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y
abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace
presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para
reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para
que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia
no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su
sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para
anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la
Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo
artículo):
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber,
el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que
por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga
que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este
Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a
aquellos que son distintos entre sí ... y hace que todos aparezcan como
una sola cosa en él .
Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace
que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo,
pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita
en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual
(San Cirilo de Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo
es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo
distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos
en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio,
asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo
entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su
Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será
el objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de
Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia,
producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu
(esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en
ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene;
mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras
de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta
parte del Catecismo).
Resumen
742 "La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo que clama:Abba, Padre" (Ga 4, 6).
743 Desde el comienzo y hasta
de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía
siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.
744 En la plenitud de los
tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones
para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu
Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanue l, "Dios con
nosotros" (Mt 1, 23).
745 El Hijo de Dios es
consagrado Cristo [Mesías] mediante la Unción del Espíritu Santo en
su Encarnación (cf. Sal 2, 6-7).
746 Por su Muerte y su
Resurrección, Jesús es constituído Señor y Cristo en la gloria (Hch
2, 36). De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y
la Iglesia.
747 El Espíritu Santo que
Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica
a la Iglesia. Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima
Trinidad con los hombres.
ARTÍCULO 9
“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”
748 "Cristo es la luz de los
pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu
Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de
Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el
evangelio a todas las criaturas". Con estas palabras comienza la
"Constitución dogmática sobre la Iglesia" del Concilio
Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre
la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a
Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es,
según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a
la luna cuya luz es reflejo del sol.
749 El artículo sobre la Iglesia
depende enteramente también del que le precede, sobre el Espíritu
Santo. "En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu
Santo es la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es
El quien ha dotado de santidad a la Iglesia" (Catech. R. 1, 10, 1).
La Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar "donde
florece el Espíritu" (San Hipóli to, t.a. 35).
750 Creer que la Iglesia es
"Santa" y "Católica", y que es "Una" y
"Apostólica" (como añade el Símbolo
nicenoconstantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo
y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos profesión
de creer que existe una Iglesia Santa ("Credo ... Ecclesiam"),
y no de creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y
para atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha
puesto en su Iglesia (cf. Catech. R. 1, 10, 22).
Párrafo 1
LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS
I Los nombres y las imágenes de la Iglesia
751 La palabra "Iglesia"
["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar
fuera"] significa "convocación". Designa asambleas del
pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término
frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para
designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre
todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió
la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose
a sí misma el nombre de "Iglesia", la primera comunidad de
los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En
ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de
la tierra. El término "Kiriaké", del que se deriva las
palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán,
significa "la que pertenece al Señor".
752 En el lenguaje cristiano, la
palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf.
1 Co 11, 18; 14, 19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf.
1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1
Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son
inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que Dios reúne
en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales
y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La
Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene
a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
Los símbolos de la Iglesia
753 En la Sagrada Escritura
encontramos multitud de imágenes y de figuras relacionadas entre sí,
mediante las cuales la revelación habla del Misterio inagotable de la
Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen
variaciones de una idea de fondo, la del "Pueblo de Dios". En
el Nuevo Testamento (cf. Ef 1, 22; Col 1, 18), todas estas imágenes
adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser
"la Cabeza" de este Pueblo (cf. LG 9) el cual es desde
entonces su Cuerpo. En torno a este centro se agrupan imágenes
"tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la
construcción, incluso de la familia y del matrimonio" (LG 6).
754 "La Iglesia, en efecto,
es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo(Jn 10,
1-10). Es también el rebaño cuy pastor será el mismo Dios, como él
mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores
humanos quien es gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el
que sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los
pastores (cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf.
Jn 10, 11-15)".
755 "La Iglesia es labranza
o campo de Dios (1 Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya
raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la
reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador
del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5,
1-7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los
sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de
la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".
756 "También muchas veces a
la Iglesia se la llama construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor
mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que
se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42 par.; cf. Hch 4, 11; 1 P
2, 7; Sal 118, 22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese
fundamento (cf. 1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta
construcción recibe diversos nombres: casa de Dios: casa de Dios (1 Tim
3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu
(Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo
santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus
alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la
nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas
entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5). San Juan ve
en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa
arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21,
1-2)".
757 "La Iglesia que es
llamada también "la Jerusalén de arriba" y "madre
nuestra" (Ga 4, 26; cf. Ap 12, 17), y se la describe como la
esposa inmaculada del Cordero inmaculado (Ap 19, 7; 21, 2. 9; 22, 17).
Cristo `la amó y se entregó por ella para santificarla' (Ef 5, 25-26);
se unió a ella en alianza indisoluble, `la alimenta y la cuida' (Ef 5,
29) sin cesar" (LG 6).
II Origen, fundación y misión de la Iglesia
758 Para penetrar en el Misterio
de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen dentro del
designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la
historia.
Un designio nacido en el corazón del Padre
759 "El Padre eterno creó el
mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y
bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida
divina" a la cual llama a todos los hombres en su Hijo:
"Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa
Iglesia". Esta "familia de Dios" se constituye y se
realiza gradualmente a lo largo de las etapas de la historia humana, según
las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido
"prefigurada ya desde el origen del mundo y preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua
Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la
efusión del Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final
de los siglos" (LG 2).
La Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo
760 "El mundo fue creado en
orden a la Iglesia" decían los cristianos de los primeros tiempos
(Hermas, vis.2, 4,1; cf. Arístides, apol. 16, 6; Justino, apol. 2, 7).
Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina,
"comunión" que se realiza mediante la "convocación"
de los hombres en Cristo, y esta "convocación" es la Iglesia.
La Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, haer.
1,1,5), e incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles
y el pecado del hombre, no fueron permitidas por Dios más que como
ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su brazo, toda la medida
del amor que quería dar al mundo:
Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su
intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia (Clemente
de Alej. paed. 1, 6).
La Iglesia, preparada en la Antigua Alianza
761 La reunión del pueblo de Dios
comienza en el instante en que el pecado destruye la comunión de los
hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La reunión de la
Iglesia es por así decirlo la reacción de Dios al caos provocado por
el pecado. Esta reunificación se realiza secretamente en el seno de
todos los pueblos: "En cualquier nación el que le teme [a Dios] y
practica la justicia le es grato" (Hch 10, 35; cf LG 9; 13; 16).
762 La preparación lejana
de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham,
a quien Dios promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn
12, 2; 15, 5-6). La preparación inmediata comienza con la elección de
Israel como pueblo de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección,
Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf
Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los profetas acusan a Israel de haber
roto la alianza y haberse comportado como una prostituta (cf Os 1; Is 1,
2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna (cf. Jr 31,
31-34; Is 55, 3). "Jesús instituyó esta nueva alianza" (LG
9).
La Iglesia, instituida por Cristo Jesús
763 Corresponde al Hijo realizar
el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ese es
el motivo de su "misión" (cf. LG 3; AG 3). "El Señor
Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir,
de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las
Escrituras" (LG 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo
inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de
Cristo "presente ya en misterio" (LG 3).
764 "Este Reino se manifiesta
a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de
Cristo" (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger "el
Reino" (ibid.). El germen y el comienzo del Reino son el
"pequeño rebaño" (Lc 12, 32), de los que Jesús ha venido a
convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10,
16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús
(cf. Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo
una nueva "manera de obrar", sino también una oración propia
(cf. Mt 5-6).
765 El Señor Jesús dotó a su
comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación
del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su
Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de
Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de la nueva
Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos
(cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también
en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo
prepara y edifica su Iglesia.
766 Pero la Iglesia ha nacido
principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación,
anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz.
"El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús
crucificado son signo de este comienzo y crecimiento" (LG 3
."Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del mismo modo que
Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació
del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz (cf. San Ambrosio,
Luc 2, 85-89).
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 "Cuando el Hijo terminó
la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el
Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara
continuamente a la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando "la
Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la
difusión del evangelio entre los pueblos mediante la predicación"
(AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación para todos
los hombres, la Iglesia, por su misma naturaleza, misionera enviada por
Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf.
Mt 28, 19-20; AG 2,5-6).
768 Para realizar su misión, el
Espíritu Santo "la construye y dirige con diversos dones jerárquicos
y carismáticos" LG 4). "La Iglesia, enriquecida con los dones
de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la
humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en
todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el
germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 5).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia "sólo llegará
a su perfección en la gloria del cielo" (LG 48), cuando Cristo
vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su
peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los
consuelos de Dios" (San Agustín, civ. 18, 51;cf. LG 8). Aquí
abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y
aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea con
todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (LG 5). La
consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del
mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos
los justos desde Adán, `desde el justo Abel hasta el último de los
elegidos' se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG
2).
III El misterio de la Iglesia
770 La Iglesia está en la
historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente "con los
ojos de la fe" (Catech. R. 1,10, 20) se puede ver al mismo tiempo
en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora de vida
divina.
La Iglesia, a la vez visible y espiritual
771 "Cristo, el único
Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe,
esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar
para comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia". La
Iglesia es a la vez:
– "sociedad dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico
de Cristo;
– el grupo visible y la comunidad espiritual,
– la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del
cielo".
Estas dimensiones juntas constituyen "una realidad compleja, en la
que están unidos el elemento divino y el humano" (LG 8):
Es propio de la Iglesia "ser a la vez humana y divina, visible y
dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la
contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo
que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo
visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a
la ciudad futura que buscamos" (SC 2).
¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario
de Dios; una tienda terrena y un palacio celestial; una casa modestísima
y una aula regia; un cuerpo mortal y un templo luminoso; la despreciada
por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena pero es
hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado
exilio la han deslucido, pero también la hermosa su forma celestial
(San Bernardo, Cant. 27, 14).
La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios
772 En la Iglesia es donde Cristo
realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de
Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San Pablo llama
"gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la
Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5,
25-27), por eso se convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11).
Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el misterio
"es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1,
27).
773 En la Iglesia esta comunión
de los hombres con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1
Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio
sacramental ligado a este mundo que pasa (cf. LG 48). "Su
estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de
Cristo. Y la santidad se aprecia en función del 'gran Misterio' en el
que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo" (MD
27). María nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la
Iglesia como la "Esposa sin tacha ni arruga" (Ef 5, 27). Por
eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión
petrina" (ibid.).
La Iglesia, sacramento universal de la salvación
774 La palabra griega "mysterion"
ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium"
y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término
"sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad
oculta de la salvación, indicada por el término "mysterium".
En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación:
"Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus" ("No
hay otro misterio de Dios fuera de Cristo") (San Agustín, ep. 187,
34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el
sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los
sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también
"los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos
y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la
gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La
Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella
significa. En este sentido analógico ella es llamada
"sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo
como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento
de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la
Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios,
la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano.
Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de
toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la
Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de
esta unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es
instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento
de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de
salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y
realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS
45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la
humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que
todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único
Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu
Santo" (AG 7; cf. LG 17).
Resumen
777 La palabra
"Iglesia" significa "convocación". Designa la
asamblea de aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para formar el
Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten
ellos mismos en Cuerpo de Cristo.
778 La Iglesia es a la vez
camino y término del designio de Dios: prefigurada en la creación,
preparada en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de
Jesucristo, realizada por su Cruz redentora y su Resurrección, se
manifiesta como misterio de salvación por la efusión del Espíritu
Santo. Quedará consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos
los redimidos de la tierra (cf. Ap 14,4).
779 La Iglesia es a la vez
visible y espiritual, sociedad jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo.
Es una, formada por un doble elemento humano y divino. Ahí está su
Misterio que sólo la fe puede aceptar.
780 La Iglesia es, en este
mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la
Comunión con Dios y entre los hombres.
Párrafo 2
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,
TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO
I La Iglesia, Pueblo de Dios
781 "En todo tiempo y lugar
ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo,
quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados,
sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le
conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a
Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco
a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia
y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación
y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo...,
es decir, el Nuevo Testamento en su sangre convocando a las gentes de
entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la
carne, sino en el Espíritu" (LG 9).
Las características del Pueblo de Dios
782 El Pueblo de Dios tiene
características que le distinguen claramente de todos los grupos
religiosos, étnicos, políticos o culturales de la Historia:
– Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún
pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no
eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
santa" (1 P 2, 9).
– Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico,
sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu"
(Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
– Este pueblo tiene por jefe [cabeza] a Jesús el Cristo
[Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye
desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
– "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la
libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu
Santo como en un templo".
– "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo
Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley
"nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).
– Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf.
Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de
salvación para todo el género humano".
– "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó
en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve
también a su perfección" (LG 9).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es aquél a quien
el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido
"Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa
de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión
y de servicio que se derivan de ellas (cf.RH 18-21).
784 Al entrar en el Pueblo de Dios
por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este
Pueblo: en su vocación sacerdotal: "Cristo el Señor, Pontífice
tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo `un reino de
sacerdotes para Dios, su Padre'. Los bautizados, en efecto, por el nuevo
nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados
como casa espiritual y sacerdocio santo" (LG 10).
785 "El pueblo santo de Dios
participa también del carácter profético de Cristo". Lo
es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el
pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a
la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y
profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de
este mundo.
786 El Pueblo de Dios participa,
por último, en la función regia de Cristo". Cristo ejerce
su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su
resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se
hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino
a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el
cristiano, "servir es reinar" (LG 36), particularmente
"en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la
imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios
realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación
de servir con Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace
reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a
fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio,
todos los cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan
miembros de esta raza de reyes y participantes de la función
sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que gobernar
su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que
consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón
las víctimas sin mancha de la piedad? (San León Magno, serm. 4, 1).
II La Iglesia, Cuerpo de Cristo
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo, Jesús
asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20; 3, 13-19); les
reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les dio parte en su
misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lc
22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él
y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros ... Yo
soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una
comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro:
"Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él"
(Jn 6, 56).
788 Cuando fueron privados los
discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf.
Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos
(cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por
eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa:
"Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de
todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su
cuerpo" (LG 7).
789 La comparación de la Iglesia
con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la
Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a El:
siempre está unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la
Iglesia-Cuerpo de Cristo se han de resaltar más específicamente: la
unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo
Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
“Un solo cuerpo”
790 Los creyentes que responden a
la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan
estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a a
los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de
los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es
particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a
la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co 12, 13), y
en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente
el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre
nosotros" (LG 7).
791 La unidad del cuerpo no ha
abolido la diversidad de los miembros: "En la construcción del
cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el
mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los
ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la
Iglesia". La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre
los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos los miembros
sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran
con él" (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale
victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los
bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni
griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).
Cristo, Cabeza de este Cuerpo
792 Cristo "es la Cabeza del
Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 18). Es el Principio de la creación
y de la redención. Elevado a la gloria del Padre, "él es el
primero en todo" (Col 1, 18), principalmente en la Iglesia por cuyo
medio extiende su reino sobre todas las cosas:
793 El nos une a su Pascua:
Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él "hasta
que Cristo esté formad o en ellos" (Ga 4, 19). "Por eso somos
integrados en los misterios de su vida ..., nos unimos a sus
sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser
glorificados con él" (LG 7).
794 El provee a nuestro
crecimiento (cf. Col 2, 19): Para hacernos crecer hacia él, nuestra
Cabeza (cf. Ef 4, 11-16), Cristo distribuye en su cuerpo, la Iglesia,
los dones y los servicios mediante los cuales nos ayudamos mutuamente en
el camino de la salvación.
795 Cristo y la Iglesia son, por
tanto, el "Cristo total" ["Christus totus"].
La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia muy viva de
esta unidad:
Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no
solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la
gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y
regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que El es la Cabeza
y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es El y nosotros
... La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué
quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia (San Agustín,
ev. Jo. 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit,
exhibuit ("Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con
la Iglesia que El asumió") (San Gregorio Magno, mor. praef.1,6,4)
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza y los
miembros, como si fueran una sola persona mística") (Santo Tomás
de Aquino, s.th. 3, 42, 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los
santos doctores y expresa el buen sentido del creyente: "De
Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es
necesario hacer una dificultad de ello" (Juana de Arco, proc.).
La Iglesia es la Esposa de Cristo
796 La unidad de Cristo y de la
Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica también la distinción
de ambos en una relación personal. Este aspecto es expresado con
frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la Esposa. El tema de
Cristo esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas y anunciado
por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó a sí mismo como
"el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13). El apóstol
presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una
Esposa "desposada" con Cristo Señor para "no ser con él
más que un solo Espíritu" (cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella es
la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4;
5,27), a la que Cristo "amó y por la que se entregó a fin de
santificarla" (Ef 5,26), la que él se asoció mediante una Alianza
eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo (cf. Ef
5,29):
He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos ...
Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla.
Habla en el papel de cabeza ["ex persona capitis"] o en el de
cuerpo ["ex persona corporis"]. Según lo que está escrito:
"Y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo
digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef 5,31-32) Y el Señor mismo
en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos sino una sola
carne" (Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos
personas diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo
conyugal ... Como cabeza él se llama "esposo" y como
cuerpo "esposa" (San Agustín, psalm. 74, 4:PL 36,
948-949).
III La Iglesia, Templo del Espíritu Santo
797 "Quod est spiritus
noster, id est anima nostra, ad membra nostra, hoc est Spiritus Sanctus
ad membra Christi, ad corpus Christi, quod est Ecclesia" ("Lo
que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros
miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo,
para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia") (San Agustín, serm.
267, 4). "A este Espíritu de Cristo, como a principio invisible,
ha de atribuirse también el que todas las partes del cuerpo estén íntimamente
unidas, tanto entre sí como con su excelsa Cabeza, puesto que está
todo él en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los
miembros" (Pío XII: "Mystici Corporis": DS 3808). El Espíritu
Santo hace de la Iglesia "el Templo del Dios vivo" (2 Co 6,
16; cf. 1 Co 3, 16-17; Ef 2,21):
En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el "Don
de Dios ...Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo, es
decir el Espíritu Santo, arras de la incorruptibilidad, confirmación
de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios ...Porque allí
donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí
donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia. (San
Ireneo, haer. 3, 24, 1).
798 El Espíritu Santo es "el
principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las
partes del cuerpo" (Pío XII, "Mystici Corporis": DS
3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo
en la caridad(cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene el
poder de construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo
mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13); por los
sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por
"la gracia concedida a los apóstoles" que "entre estos
dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el
bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas
"carismas"] mediante las cuales los fieles quedan
"preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que
contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia" (LG 12;
cf. AA 3).
Los carismas
799 Extraordinarios o sencillos y
humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen
directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están
ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a
las necesidades del mundo.
800 Los carismas se han de acoger
con reconocimiento por el que los recibe, y también por todos los
miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia
para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de
Cristo; los carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de
dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan
de modo plenamente conforme a los impulsos auténticos de este mismo Espíritu,
es decir, según la caridad, verdadera medida de los carismas (cf. 1 Co
13).
801 Por esta razón aparece
siempre necesario el discernimiento de carismas. Ningún carisma
dispensa de la referencia y de la sumisión a los Pastores de la
Iglesia. "A ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino
examinarlo todo y quedarse con lo bueno" (LG 12), a fin de que
todos los carismas cooperen, en su diversidad y complementariedad, al
"bien común" (cf. 1 Co 12, 7) (cf. LG 30; CL, 24).
Resumen
802 "Cristo Jesús se
entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar
para sí un pueblo que fuese suyo" (Tt 2, 14).
803 "Vosotros sois linaje
elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido" (1 P 2,
9).
804 Se entra en el Pueblo de
Dios por la fe y el Bautismo. "Todos los hombres están invitados
al Pueblo de Dios" (LG 13), a fin de que, en Cristo, "los
hombres constituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios"(AG
1).
805 La Iglesia es el Cuerpo de
Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacramentos, sobre todo en
la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de
los creyentes como Cuerpo suyo.
806 En la unidad de este cuerpo
hay diversidad de miembros y de funciones. Todos los miembros están
unidos unos a otros, particularmente a los que sufren, a los pobres y
perseguidos.
807 La Iglesia es este Cuerpo
del que Cristo es la Cabeza: vive de El, en El y por El: El vive con
ella y en ella.
808 La Iglesia es la Esposa de
Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La ha purificado por
medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los hijos
de Dios.
809 La Iglesia es el Templo del
Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma del Cuerpo Místico,
principio de su vida, de la unidad en la diversidad y de la riqueza de
sus dones y carismas.
810 "Así toda la Iglesia
aparece como el pueblo unido `por la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo' (San Cipriano)" (LG 4).
Párrafo 3
LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA
811 "Esta es la única
Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa,
católica y apostólica" (LG 8). Estos cuatro atributos,
inseparablemente unidos entre sí (cf DS 2888), indican rasgos
esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por
ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el
ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la
llama a ejercitar cada una de estas cualidades.
812 Sólo la fe puede reconocer
que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus
manifestaciones históricas son signos que hablan también con claridad
a la razón humana. Recuerda el Concilio Vaticano I: "La Iglesia
por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un
testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su admirable
propagación, de su eximia santidad, de su inagotable fecundidad en toda
clase de bienes, de su unidad universal y de su invicta
estabilidad" (DS 3013).
I La Iglesia es una
"El sagrado Misterio de la Unidad
de la Iglesia" (UR 2)
813 La Iglesia es una debido a
su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es
la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la
Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su
Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz,
por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la
unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3).
La Iglesia es una debido a su "alma": "El
Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la
Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en
Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la
Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la
Iglesia ser una:
¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo
Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en
todas partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta
llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).
814 Desde el principio, esta
Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que
procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la
multiplicidad de las personas que los reciben. En la unidad del Pueblo
de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros
de la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y
modos de vida; "dentro de la comunión eclesial, existen
legítimamente las Iglesias particulares con sus propias
tradiciones" (LG 13). La gran riqueza de esta diversidad no se
opone a la unidad de la Iglesia. No obstante, el pecado y el peso de sus
consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad. También el
apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del Espíritu con el
vínculo de la paz" (Ef 4, 3).
815 ¿Cuáles son estos vínculos
de la unidad? "Por encima de todo esto revestíos del amor, que es
el vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Pero la unidad de la
Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión:
- la profesión de una misma fe recibida de los apóstoles;
- la celebración común del culto divino, sobre todo de los
sacramentos;
- la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la
concordia fraterna de la familia de Dios (cf UR 2; LG 14; CIC, can.
205).
816 "La única Iglesia de
Cristo..., Nuestro Salvador, después de su resurrección, la entregó a
Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás
apóstoles que la extendieran y la gobernaran... Esta Iglesia,
constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en
["subsistit in"] la Iglesia católica, gobernada por el
sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (LG 8).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita:
"Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es
auxilio general de salvación, puede alcanzarse la plenitud total de los
medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de
la Nueva Alianza a un único colegio apostólico presidido por Pedro,
para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben
incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo
de Dios" (UR 3).
Las heridas de la unidad
817 De hecho, "en esta una y
única Iglesia de Dios, aparecieron ya desde los primeros tiempos
algunas escisiones que el apóstol reprueba severamente como
condenables; y en siglos posteriores surgieron disensiones más amplias
y comunidades no pequeñas se separaron de la comunión plena con la
Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres de ambas
partes" (UR 3). Tales rupturas que lesionan la unidad del Cuerpo de
Cristo (se distingue la herejía, la apostasía y el cisma [cf CIC can.
751]) no se producen sin el pecado de los hombres:
Ubi peccata sunt, ibi est multitudo, ibi schismata, ibi haereses, ibi
discussiones. Ubi autem virtus, ibi singularitas, ibi unio, ex quo
omnium credentium erat cor unum et anima una ("Donde hay pecados,
allí hay desunión, cismas, herejías, discusiones. Pero donde hay
virtud, allí hay unión, de donde resultaba que todos los creyentes
tenían un solo corazón y una sola alma" Orígenes, hom. in Ezech.
9, 1).
818 Los que nacen hoy en las
comunidades surgidas de tales rupturas "y son instruidos en la fe
de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de la separación y la
Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraternos...
justificados por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo; por
tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son
reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia católica como
hermanos en el Señor" (UR 3).
819 Además, "muchos
elementos de santificación y de verdad" (LG 8) existen fuera de
los límites visibles de la Iglesia católica: "la palabra de Dios
escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y otros
dones interiores del Espíritu Santo y los elementos visibles" (UR
3; cf LG 15). El Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y
comunidades eclesiales como medios de salvación cuya fuerza viene de la
plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia
católica. Todos estos bienes provienen de Cristo y conducen a Él (cf
UR 3) y de por sí impelen a "la unidad católica" (LG 8).
Hacia la unidad
820 Aquella unidad "que
Cristo concedió desde el principio a la Iglesia... creemos que subsiste
indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca hasta la
consumación de los tiempos" (UR 4). Cristo da permanentemente a su
Iglesia el don de la unidad, pero la Iglesia debe orar y trabajar
siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo
quiere para ella. Por eso Cristo mismo rogó en la hora de su Pasión, y
no cesa de rogar al Padre por la unidad de sus discípulos: "Que
todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean
también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado" (Jn 17, 21). El deseo de volver a encontrar la unidad de
todos los cristianos es un don de Cristo y un llamamiento del Espíritu
Santo (cf UR 1).
821 Para responder adecuadamente a
este llamamiento se exige:
— una renovación permanente de la Iglesia en una fidelidad
mayor a su vocación. Esta renovación es el alma del movimiento hacia
la unidad (UR 6);
— la conversión del corazón para "llevar una vida más
pura, según el Evangelio" (cf UR 7), porque la infidelidad de los
miembros al don de Cristo es la causa de las divisiones;
— la oración en común, porque "esta conversión del
corazón y santidad de vida, junto con las oraciones privadas y
públicas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el
alma de todo el movimiento ecuménico, y pueden llamarse con razón
ecumenismo espiritual" (cf UR 8);
— el fraterno conocimiento recíproco (cf UR 9);
— la formación ecuménica de los fieles y especialmente de los
sacerdotes (cf UR 10);
— el diálogo entre los teólogos y los encuentros entre los
cristianos de diferentes Iglesias y comunidades (cf UR 4, 9, 11);
— la colaboración entre cristianos en los diferentes campos de
servicio a los hombres (cf UR 12).
822 "La preocupación por el
restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los
fieles como a los pastores" (cf UR 5). Pero hay que ser
"conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los
cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las
fuerzas y la capacidad humana". Por eso hay que poner toda la
esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del
Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo" (UR
24).
II La Iglesia es santa
823 "La fe confiesa que la
Iglesia... no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de
Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo
santo', amó a su Iglesia como a su esposa. Él se entregó por ella
para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la
llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). La
Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (LG 12), y sus
miembros son llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16,
1).
824 La Iglesia, unida a Cristo,
está santificada por Él; por Él y con Él, ella también ha sido
hecha santificadora. Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan
en conseguir "la santificación de los hombres en Cristo y la
glorificación de Dios" (SC 10). En la Iglesia es en donde está
depositada "la plenitud total de los medios de salvación" (UR
3). Es en ella donde "conseguimos la santidad por la gracia de
Dios" (LG 48).
825 "La Iglesia, en efecto,
ya en la tierra se caracteriza por una verdadera santidad, aunque
todavía imperfecta" (LG 48). En sus miembros, la santidad perfecta
está todavía por alcanzar: "Todos los cristianos, de cualquier
estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la
perfección de la santidad, cuyo modelo es el mismo Padre" (LG 11).
826 La caridad es el alma de la
santidad a la que todos están llamados: "dirige todos los medios
de santificación, los informa y los lleva a su fin" (LG 42):
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes
miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba,
comprendí que la Iglesia tenía un corazón, que este corazón
estaba ARDIENDO DE AMOR. Comprendí que el Amor solo hacía
obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor llegara a
apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los Mártires
rehusarían verter su sangre... Comprendí que EL AMOR ENCERRABA
TODAS LAS VOCACIONES. QUE EL AMOR ERA TODO, QUE ABARCABA TODOS LOS
TIEMPOS Y TODOS LOS LUGARES... EN UNA PALABRA, QUE ES ¡ETERNO!
(Santa Teresa del Niño Jesús, ms. autob. B 3v).
827 "Mientras que Cristo,
santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino
solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en
su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de
purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación"
(LG 8; cf UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus
ministros, deben reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En todos, la
cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla
del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30). La Iglesia,
pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo,
pero aún en vías de santificación:
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque
ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros,
ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan
de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la
santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace
penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus
hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo (SPF 19).
828 Al canonizar a ciertos
fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han
practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la
gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad,
que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a
los santos como modelos e intercesores (cf LG 40; 48-51). "Los
santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en
las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia"
(CL 16, 3). En efecto, "la santidad de la Iglesia es el secreto
manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su
ímpetu misionero" (CL 17, 3).
829 "La Iglesia en la
Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En
cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para
crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María" (LG 65):
en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.
III La Iglesia es católica
Qué quiere decir "católica"
830 La palabra
"católica" significa "universal" en el sentido de
"según la totalidad" o "según la integridad". La
Iglesia es católica en un doble sentido:
Es católica porque Cristo está presente en ella. "Allí donde
está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica" (San Ignacio de
Antioquía, Smyrn. 8, 2). En ella subsiste la plenitud del Cuerpo de
Cristo unido a su Cabeza (cf Ef 1, 22-23), lo que implica que ella
recibe de Él "la plenitud de los medios de salvación" (AG 6)
que Él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida sacramental
íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La Iglesia,
en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés (cf
AG 4) y lo será siempre hasta el día de la Parusía.
831 Es católica porque ha sido
enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf Mt
28, 19):
Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este
pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo a través de
todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios, que en el
principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus
hijos dispersos... Este carácter de universalidad, que distingue al
pueblo de Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la
Iglesia Católica tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad
entera con todos sus valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su
Espíritu (LG 13).
Cada una de las Iglesias particulares es "católica"
832 "Esta Iglesia de Cristo
está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades
locales de fieles, unidas a sus pastores. Estas, en el Nuevo Testamento,
reciben el nombre de Iglesias... En ellas se reúnen los fieles por el
anuncio del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del
Señor... En estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y
pobres o vivan dispersas, está presente Cristo, quien con su poder
constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (LG
26).
833 Se entiende por Iglesia
particular, que es en primer lugar la diócesis (o la eparquía), una
comunidad de fieles cristianos en comunión en la fe y en los
sacramentos con su obispo ordenado en la sucesión apostólica (cf CD
11; CIC can. 368-369; CCEO, cán. 117, § 1. 178. 311, § 1. 312). Estas
Iglesias particulares están "formadas a imagen de la Iglesia
Universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una
y única" (LG 23).
834 Las Iglesias particulares son
plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la
Iglesia de Roma "que preside en la caridad" (San Ignacio de
Antioquía, Rom. 1, 1). "Porque con esta Iglesia en razón de su
origen más excelente debe necesariamente acomodarse toda Iglesia, es
decir, los fieles de todas partes" (San Ireneo, haer. 3, 3, 2;
citado por Cc. Vaticano I: DS 3057). "En efecto, desde la venida a
nosotros del Verbo encarnado, todas las Iglesias cristianas de todas
partes han tenido y tienen a la gran Iglesia que está aquí [en Roma]
como única base y fundamento porque, según las mismas promesas del
Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás contra
ella" (San Máximo el Confesor, opusc.).
835 "Guardémonos bien de
concebir la Iglesia universal como la suma o, si se puede decir, la
federación más o menos anómala de Iglesias particulares esencialmente
diversas. En el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por
vocación y por misión, la que, echando sus raíces en la variedad de
terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo
aspectos, expresiones externas diversas" (EN 62). La rica variedad
de disciplinas eclesiásticas, de ritos litúrgicos, de patrimonios
teológicos y espirituales propios de las Iglesias locales "con un
mismo objetivo muestra muy claramente la catolicidad de la Iglesia
indivisa" (LG 23).
Quién pertenece a la Iglesia católica
836 "Todos los hombres, por
tanto, están invitados a esta unidad católica del Pueblo de Dios... A
esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados
los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en
general llamados a la salvación por la gracia de Dios" (LG 13).
837 "Están plenamente
incorporados a la sociedad que es la Iglesia aquellos que, teniendo el
Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su constitución y todos los
medios de salvación establecidos en ella y están unidos, dentro de su
estructura visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice
y de los obispos, mediante los lazos de la profesión de la fe, de los
sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión. No se salva,
en cambio, el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la
Iglesia, pero está en el seno de la Iglesia con el 'cuerpo', pero no
con el 'corazón"' (LG 14).
838 "La Iglesia se siente
unida por muchas razones con todos los que se honran con el nombre de
cristianos a causa del bautismo, aunque no profesan la fe en su
integridad o no conserven la unidad de la comunión bajo el sucesor de
Pedro" (LG 15). "Los que creen en Cristo y han recibido
ritualmente el bautismo están en una cierta comunión, aunque no
perfecta, con la Iglesia católica" (UR 3). Con las Iglesias
ortodoxas, esta comunión es tan profunda "que le falta muy
poco para que alcance la plenitud que haría posible una celebración
común de la Eucaristía del Señor" (Pablo VI, discurso 14
diciembre 1975; cf UR 13-18).
La Iglesia y los no cristianos
839 "Los que todavía no han
recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de
diversas maneras" (LG 16):
La relación de la Iglesia con el
pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al
escrutar su propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo
judío (cf NA 4) "a quien Dios ha hablado primero" (MR,
Viernes Santo 13: oración universal VI). A diferencia de otras
religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la
revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío
"la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el
culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual procede Cristo
según la carne" (cf Rm 9, 4-5), "porque los dones y la
vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11, 29).
840 Por otra parte, cuando se
considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo
Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o
el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del
Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios;
para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados
hasta el fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de
la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús.
841 Las relaciones de la
Iglesia con los musulmanes. "El designio de salvación
comprende también a los que reconocen al Creador. Entre ellos están,
ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe de Abraham y adoran
con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres
al fin del mundo" (LG 16; cf NA 3).
842 El vínculo de la Iglesia
con las religiones no cristianas es en primer lugar el del origen y
el del fin comunes del género humano:
Todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen,
puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera
faz de la tierra; tienen también un único fin último, Dios, cuya
providencia, testimonio de bondad y designios de salvación se extienden
a todos hasta que los elegidos se unan en la Ciudad Santa (NA 1).
843 La Iglesia reconoce en las
otras religiones la búsqueda "todavía en sombras y bajo
imágenes", del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien
da a todos vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los
hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero,
que puede encontrarse en las diversas religiones, "como una
preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los
hombres, para que al fin tengan la vida" (LG 16; cf NA 2; EN 53).
844 Pero, en su comportamiento
religioso, los hombres muestran también límites y errores que
desfiguran en ellos la imagen de Dios:
Con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se
pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero
por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador.
Otras veces, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, están
expuestos a la desesperación más radical (LG 16).
845 El Padre quiso convocar a toda
la humanidad en la Iglesia de su Hijo para reunir de nuevo a todos sus
hijos que el pecado había dispersado y extraviado. La Iglesia es el
lugar donde la humanidad debe volver a encontrar su unidad y su
salvación. Ella es el "mundo reconciliado" (San Agustín,
serm. 96, 7-9). Es, además, este barco que "pleno dominicae crucis
velo Sancti Spiritus flatu in hoc bene navigat mundo" ("con su
velamen que es la cruz de Cristo, empujado por el Espíritu Santo,
navega bien en este mundo") (San Ambrosio, virg. 18, 188); según
otra imagen estimada por los Padres de la Iglesia, está prefigurada por
el Arca de Noé que es la única que salva del diluvio (cf 1 P 3,
20-21).
"Fuera de la Iglesia no hay salvación"
846 ¿Cómo entender esta
afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia?
Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de
Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo:
El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición,
enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación.
Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se
nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con
palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo,
confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran
los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían
salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la
Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no
hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14).
847 Esta afirmación no se refiere
a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:
Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la
ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo
que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG
16; cf DS 3866-3872).
848 "Aunque Dios, por caminos
conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, 'sin la que es imposible
agradarle' (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa
propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo
tiempo, el derecho sagrado de evangelizar" (AG 7).
La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia
849 El mandato misionero.
"La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser 'sacramento
universal de salvación', por exigencia íntima de su misma catolicidad,
obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el
Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id, pues, y haced
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que
yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20)
850 El origen la finalidad de
la misión. El mandato misionero del Señor tiene su fuente última
en el amor eterno de la Santísima Trinidad: "La Iglesia
peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene
su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según
el plan de Dios Padre" (AG 2). El fin último de la misión no es
otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre
el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (cf Juan Pablo II, RM 23).
851 El motivo de la misión.
Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo
tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: "porque
el amor de Cristo nos apremia..." (2 Co 5, 14; cf AA 6; RM 11). En
efecto, "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Dios quiere la
salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La
salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del
Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la
Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de
los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio
universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión.
"El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión
eclesial" (RM 21). Él es quien conduce la Iglesia por los caminos
de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el curso de la
historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a
los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar por el
mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la
pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta
la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (AG
5). Es así como la "sangre de los mártires es semilla de
cristianos" (Tertuliano, apol. 50).
853 Pero en su peregrinación, la
Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el
mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se
confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino
"de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por
el estrecho sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede
extender el reino de Cristo (cf RM 12-20). En efecto, "como Cristo
realizó la obra de la redención en la persecución, también la
Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los
hombres los frutos de la salvación" (LG 8).
854 Por su propia misión,
"la Iglesia... avanza junto con toda la humanidad y experimenta la
misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la
sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en
familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero exige entonces
la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos
y a los grupos que aún no creen en Cristo (cf RM 42-47), continúa con
el establecimiento de comunidades cristianas, "signo de la
presencia de Dios en el mundo" (AG lS), y en la fundación de
Iglesias locales (cf RM 48-49); se implica en un proceso de
inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los
pueblos (cf RM 52-54), en este proceso no faltarán también los
fracasos. "En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos,
solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los
incorpora a la plenitud católica" (AG 6).
855 La misión de la Iglesia
reclama el esfuerzo hacia la unidad de los cristianos (cf RM 50).
En efecto, "las divisiones entre los cristianos son un obstáculo
para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad que le es
propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el
bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso
se hace más difícil para la propia Iglesia expresar la plenitud de la
catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad misma de la
vida" (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo
respetuoso con los que todavía no aceptan el Evangelio (cf RM 55).
Los creyentes pueden sacar provecho para sí mismos de este diálogo
aprendiendo a conocer mejor "cuanto de verdad y de gracia se
encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de
Dios" (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la
desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien
que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para
purificarlos del error y del mal "para gloria de Dios, confusión
del diablo y felicidad del hombre" (AG 9).
IV La Iglesia es apostólica
857 La Iglesia es apostólica
porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
— Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los
apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados
en misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1;
15, 7-8; Ga 1, l; etc.).
— Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en
ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas
palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
— Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles
hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su
ministerio pastoral: el colegio de los obispos, "a los que asisten
los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la
Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los
santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre
por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio
la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
La misión de los apóstoles
858 Jesús es el enviado del
Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él
quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él
y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán
sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega
"apostoloi"]. En ellos continúa su propia misión: "Como
el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf 13, 20;
17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de
Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los
Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión
recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su
cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha
enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin
Él (cf Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder
para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están
calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2
Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores
de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de Cristo y
administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).
860 En el encargo dado a los
apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de
la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay
también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido
permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20).
"Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que
durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que
transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los
apóstoles se preocuparon de instituir... sucesores" (LG 20).
Los obispos sucesores de los apóstoles
861 "Para que continuase
después de su muerte la misión a ellos confiada, encargaron mediante
una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que
terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron
que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había
puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por
tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que,
después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el
ministerio" (LG 20; cf San Clemente Romano, Cor. 42; 44).
862 "Así como permanece el
ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que
debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el
ministerio de los apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser
elegido para siempre por el orden sagrado de los obispos". Por eso,
la Iglesia enseña que "por institución divina los obispos han
sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los
escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a
Cristo y al que lo envió" (LG 20).
El apostolado
863 Toda la Iglesia es apostólica
mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los
apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia
es apostólica en cuanto que ella es "enviada" al mundo
entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras,
tienen parte en este envío. "La vocación cristiana, por su misma
naturaleza, es también vocación al apostolado". Se llama
"apostolado" a "toda la actividad del Cuerpo
Místico" que tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda
la tierra" (AA 2).
864 "Siendo Cristo, enviado
por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia", es
evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros
ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo
(cf Jn 15, 5; AA 4). Según sean las vocaciones, las interpretaciones de
los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma
las formas más diversas. Pero es siempre la caridad, conseguida sobre
todo en la Eucaristía, "que es como el alma de todo
apostolado" (AA 3).
865 La Iglesia es una, santa,
católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque
en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos "el Reino
de los cielos", "el Reino de Dios" (cf Ap 19, 6), que ha
venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el
corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación
escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él,
hechos en él "santos e inmaculados en presencia de Dios en
el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios,
"la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que
baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21,
10-11); y "la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras,
que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero"
(Ap 21, 14).
Resumen
866 La Iglesia es una:
tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo, no
forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu,
orientado a una única esperanza (cf Ef 4, 3-5) a cuyo término se
superarán todas las divisiones.
867 La Iglesia es santa:
Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella
para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque
comprenda pecadores, ella es "ex maculatis immaculata"
("inmaculada aunque compuesta de pecadores"). En los santos
brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa.
868 La Iglesia es católica:
Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de
los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a
todos los hombres; abarca todos los tiempos; "es, por su propia
naturaleza, misionera" (AG 2).
869 La Iglesia es apostólica:
Está edificada sobre sólidos cimientos: "los doce apóstoles del
Cordero" (Ap 21, 14); es indestructible (cf Mt 16, 18); se mantiene
infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los
demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de
los obispos.
870 "La única Iglesia de
Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y
apostólica... subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el
sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera
de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de
santificación y de verdad " (LG 8).
Párrafo 4
LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA
871 "Son fieles cristianos
quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo
de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia
condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó
cumplir a la Iglesia en el mundo" (CIC, can. 204, 1; cf. LG 31).
872 "Por su regeneración en
Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a
la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia
condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de
Cristo" (CIC can. 208; cf. LG 32).
873 Las mismas diferencias que el
Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y
a su misión. Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios,
pero unidad de misión. A los Apóstoles y sus sucesores les confirió
Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio
nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el
mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de
Dios" (AA 2). En fin, "en esos dos grupos [jerarquía y
laicos], hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos
... se consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la
Iglesia según la manera peculiar que les es propia" (CIC can. 207,
2).
I La constitución jerárquica de la Iglesia
Razón del ministerio eclesial
874 El mismo Cristo es la fuente
del ministerio en la Iglesia. El lo ha instituido, le ha dado autoridad
y misión, orientación y finalidad:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar
siempre, instituyó en su Iglesia diversos ministerios que está
ordenados al bien de todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean
la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos para que todos
los que son miembros del Pueblo de Dios...lleguen a la salvación (LG
18).
875 "¿Cómo creerán en
aquél a quien no han oído? ¿cómo oirán sin que se les predique? y
¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rm 10, 14-15). Nadie,
ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el
Evangelio. "La fe viene de la predicación" (Rm 10, 17). Nadie
se puede dar a sí mismo el mandato ni la misión de anunciar el
Evangelio. El enviado del Señor habla y obra no con autoridad propia,
sino en virtud de la autoridad de Cristo; no como miembro de la
comunidad, sino hablando a ella en nombre de Cristo. Nadie puede
conferirse a sí mismo la gracia, ella debe ser dada y ofrecida. Eso
supone ministros de la gracia, autorizados y habilitados por parte de
Cristo. De El los obispos y los presbíteros reciben la misión y la
facultad (el "poder sagrado") de actuar in persona Christi
Capitis, los diáconos las fuerzas para servir al pueblo de Dios en la
"diaconía" de la liturgia, de la palabra y de la caridad, en
comunión con el Obispo y su presbiterio. Este ministerio, en el cual
los enviados de Cristo hacen y dan, por don de Dios, lo que ellos, por
sí mismos, no pueden hacer ni dar, la tradición de la Iglesia lo llama
"sacramento". El ministerio de la Iglesia se confiere por
medio de un sacramento específico.
876 El carácter de servicio
del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado a la naturaleza
sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión
y autoridad, los ministros son verdaderamente "esclavos de
Cristo" (Rm 1, 1), a imagen de Cristo que, libremente ha tomado por
nosotros "la forma de esclavo" (Flp 2, 7). Como la palabra y
la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que
se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos
de todos (cf. 1 Co 9, 19).
877 De igual modo es propio de la
naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener un carácter
colegial . En efecto, desde el comienzo de su ministerio, el Señor
Jesús instituyó a los Doce, "semilla del Nuevo Israel, a la vez
que el origen de la jerarquía sagrada" (AG 5). Elegidos juntos,
también fueron enviados juntos, y su unidad fraterna estará al
servicio de la comunión fraterna de todos los fieles; será como un
reflejo y un testimonio de la comunión de las Personas divinas (cf. Jn
17, 21-23). Por eso, todo obispo ejerce su ministerio en el seno del
colegio episcopal, en comunión con el obispo de Roma, sucesor de San
Pedro y jefe del colegio; los presbíteros ejercen su ministerio en el
seno del presbiterio de la diócesis, bajo la dirección de su obispo.
878 Por último, es propio
también de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener
carácter personal. Cuando los ministros de Cristo actúan en
comunión, actúan siempre también de manera personal. Cada uno ha sido
llamado personalmente ("Tú sígueme", Jn 21, 22;cf. Mt 4,19.
21; Jn 1,43) para ser, en la misión común, testigo personal, que es
personalmente portador de la responsabilidad ante Aquél que da la
misión, que actúa "in persona Christi" y en favor de
personas : "Yo te bautizo en el nombre del Padre ...";
"Yo te perdono...".
879 Por lo tanto, en la Iglesia,
el ministerio sacramental es un servicio ejercitado en nombre de Cristo
y tiene una índole personal y una forma colegial. Esto se verifica en
los vínculos entre el colegio episcopal y su jefe, el sucesor de San
Pedro, y en la relación entre la responsabilidad pastoral del obispo en
su Iglesia particular y la común solicitud del colegio episcopal hacia
la Iglesia Universal.
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir a los
Doce, "formó una especie de Colegio o grupo estable y eligiendo de
entre ellos a Pedro lo puso al frente de él" (LG 19). "Así
como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles
forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están
unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos,
sucesores de los Apóstoles "(LG 22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al
que dio el nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia.
Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16, 18-19); lo instituyó pastor
de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está claro que también el
Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de
atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de Pedro
y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se
continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
882 El Papa, obispo de Roma
y sucesor de San Pedro, "es el principio y fundamento perpetuo y
visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los
fieles "(LG 23). "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la
Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda
la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer
siempre con entera libertad" (LG 22; cf. CD 2. 9).
883 "El Colegio o cuerpo
episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con
el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como Cabeza del
mismo"". Como tal, este colegio es "también sujeto de la
potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia" que "no se
puede ejercer...a no ser con el consentimiento del Romano
Pontífice" (LG 22; cf. CIC, can. 336).
884 La potestad del Colegio de los
Obispos sobre toda la Iglesia se ejerce de modo solemne en el Concilio
Ecuménico "(CIC can 337, 1). "No existe concilio ecuménico
si el sucesor de Pedro no lo ha aprobado o al menos aceptado como tal
"(LG 22).
885 "Este colegio, en cuanto
compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de
Dios; en cuanto reunido bajo una única Cabeza, expresa la unidad del
rebaño de Dios " (LG 22).
886 "Cada uno de los obispos,
por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus
Iglesias particulares" (LG 23). Como tales ejercen "su
gobierno pastoral sobre la porción del Pueblo de Dios que le ha sido
confiada" (LG 23), asistidos por los presbíteros y los diáconos.
Pero, como miembros del colegio episcopal, cada uno de ellos participa
de la solicitud por todas las Iglesias (cf. CD 3), que ejercen
primeramente "dirigiendo bien su propia Iglesia, como porción de
la Iglesia universal", contribuyen eficazmente "al Bien de
todo el Cuerpo místico que es también el Cuerpo de las Iglesias"
(LG 23). Esta solicitud se extenderá particularmente a los pobres (cf.
Ga 2, 10), a los perseguidos por la fe y a los misioneros que trabajan
por toda la tierra.
887 Las Iglesias particulares
vecinas y de cultura homogénea forman provincias eclesiásticas o
conjuntos más vastos llamados patriarcados o regiones (cf. Canon de los
Apóstoles 34). Los obispos de estos territorios pueden reunirse en
sínodos o concilios provinciales. "De igual manera, hoy día, las
Conferencias Episcopales pueden prestar una ayuda múltiple y fecunda
para que el afecto colegial se traduzca concretamente en la
práctica"" (LG 23).
La misión de enseñar
888 Los obispos con los
presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el
anunciar a todos el Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del
Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que
llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros
auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo" (LG 25).
889 Para mantener a la Iglesia en
la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la
Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia
infalibilidad. Por medio del "sentido sobrenatural de la fe",
el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la fe", bajo la
guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG 12; DV 10).
890 La misión del Magisterio
está ligada al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios
en Cristo con su Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los
fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin error la
fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a
velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad que libera.
Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el
carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. El ejercicio
de este carisma puede revestir varias modalidades:
891 "El Romano Pontífice,
Cabeza del Colegio episcopal, goza de esta infalibilidad en virtud de su
ministerio cuando, como Pastor y Maestro supremo de todos los fieles que
confirma en la fe a sus hermanos, proclama por un acto definitivo la
doctrina en cuestiones de fe y moral... La infalibilidad prometida a la
Iglesia reside también en el Cuerpo episcopal cuando ejerce el
magisterio supremo con el sucesor de Pedro", sobre todo en un
Concilio ecuménico (LG 25; cf. Vaticano I: DS 3074). Cuando la Iglesia
propone por medio de su Magisterio supremo que algo se debe aceptar
"como revelado por Dios para ser creído" (DV 10) y como
enseñanza de Cristo, "hay que aceptar sus definiciones con la
obediencia de la fe" (LG 25). Esta infalibilidad abarca todo el
depósito de la Revelación divina (cf. LG 25).
892 La asistencia divina es
también concedida a los sucesores de los apóstoles, cuando enseñan en
comunión con el sucesor de Pedro (y, de una manera particular, al
obispo de Roma, Pastor de toda la Iglesia), aunque, sin llegar a una
definición infalible y sin pronunciarse de una "manera
definitiva", proponen, en el ejercicio del magisterio ordinario,
una enseñanza que conduce a una mejor inteligencia de la Revelación en
materia de fe y de costumbres. A esta enseñanza ordinaria, los fieles
deben "adherirse...con espíritu de obediencia religiosa" (LG
25) que, aunque distinto del asentimiento de la fe, es una prolongación
de él.
La misión de santificar
893 El obispo "es el
`administrador de la gracia del sumo sacerdocio'" (LG 26), en
particular en la Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación
asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la
Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo
y los presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su trabajo,
por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La
santifican con su ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado
cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). Así es como
llegan "a la vida eterna junto con el rebaño que les fue
confiado"(LG 26).
La misión de gobernar
894 "Los obispos, como
vicarios y legados de Cristo, gobiernan las Iglesias particulares que se
les han confiado, no sólo con sus proyectos, con sus consejos y con
ejemplos, sino también con su autoridad y potestad sagrada "(LG
27), que deben, no obstante, ejercer para edificar con espíritu de
servicio que es el de su Maestro (cf. Lc 22, 26-27).
895 "Esta potestad, que
desempeñan personalmente en nombre de Cristo, es propia, ordinaria e
inmediata. Su ejercicio, sin embargo, está regulado en último término
por la suprema autoridad de la Iglesia "(LG 27). Pero no se debe
considerar a los obispos como vicarios del Papa, cuya autoridad
ordinaria e inmediata sobre toda la Iglesia no anula la de ellos, sino
que, al contrario, la confirma y tutela. Esta autoridad debe ejercerse
en comunión con toda la Iglesia bajo la guía del Papa.
896 El Buen Pastor será el modelo
y la "forma" de la misión pastoral del obispo. Consciente de
sus propias debilidades, el obispo "puede disculpar a los
ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus
súbditos, a a los que cuida como verdaderos hijos ... Los fieles, por
su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como
Jesucristo al Padre" (LG 27):
Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al
presbiterio como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos,
respetadlos como a la ley de Dios. Que nadie haga al margen del obispo
nada en lo que atañe a la Iglesia (San Ignacio de Antioquía, Smyrn.
8,1)
II Los fieles laicos
897 "Por laicos se entiende
aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y
del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos
que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo
de Dios y que participan de las funciones de Cristo. Sacerdote, Profeta
y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el
pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).
La vocación de los laicos
898 "Los laicos tienen como
vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las
realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera
especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades
temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que
éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza
del Creador y Redentor" (LG 31).
899 La iniciativa de los
cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de
descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y
de la vida cristianas impregnen las realidades sociales, políticas y
económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la
Iglesia:
Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de
la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad.
Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más
clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es
decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe
común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la
Iglesia (Pío XII, discurso 20 Febrero 1946; citado por Juan Pablo II,
CL 9).
900 Como todos los fieles, los
laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo
y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del
derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para
que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos
los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más
apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden
oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su
acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no
puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
901 "Los laicos, consagrados
a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente
llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes
del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas
apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el
descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso
las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se
convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo,
que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la
Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta
manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan
una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios" (LG 34; cf. LG
10).
902 De manera particular,los
padres participan de la misión de santificación "impregnando de
espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación
cristiana de los hijos" (CIC, can. 835, 4).
903 Los laicos, si tienen las
cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable a los
ministerios de lectores y de acólito (cf. CIC, can. 230, 1).
"Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros,
pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos,
suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio
de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el
bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del
derecho" (CIC, can. 230, 3).
Su participación en la misión profética de Cristo
904 "Cristo,... realiza su
función profética ... no sólo a través de la jerarquía ... sino
también por medio de los laicos. El los hace sus testigos y les da el
sentido de la fe y la gracia de la palabra" (LG 35).
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e
incluso de todo creyente (Sto. Tomás de A., STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su
misión profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo
comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra". En los
laicos, esta evangelización "adquiere una nota específica y una
eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones
generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero
apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto
a los no creyentes ... como a los fieles (AA 6; cf. AG 15).
906 Los fieles laicos que sean
capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su
colaboración en la formación catequética (cf. CIC, can. 774, 776,
780), en la enseñanza de las ciencias sagradas (cf. CIC,can. 229), en
los medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a
veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia
y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre
aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los
demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las
costumbres y la reverencia hacia los Pastores, habida cuenta de la
utilidad común y de la dignidad de las personas" (CIC, can. 212,
3).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la
muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos el don
de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con la
apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por
las pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz
de gobernar su propia persona; Es libre e independiente y no se deja
cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14, 30:
PL 15, 1403A).
909 "Los laicos, además,
juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las
condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres
incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la
justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes.
Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las
realizaciones humanas" (LG 36).
910 "Los seglares también
pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus Pastores en
el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de
ésta, ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los
carismas que el Señor quiera concederles" (EN 73).
911 En la Iglesia, "los
fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho en el ejercicio de la
potestad de gobierno" (CIC, can. 129, 2). Así, con su presencia en
los Concilios particulares (can. 443, 4), los Sínodos diocesanos (can.
463, 1 y 2), los Consejos pastorales (can. 511; 536); en el ejercicio de
la tarea pastoral de una parroquia (can. 517, 2); la colaboración en
los Consejos de los asuntos económicos (can. 492, 1; 536); la
participación en los tribunales eclesiásticos (can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de
"aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes
que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como
miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena
armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse
por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad humana, ni
siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de
Dios" (LG 36).
913 "Así, todo laico, por el
simple hecho de haber recibido sus dones, es a la vez testigo e
instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma `según la medida del
don de Cristo'" (LG 33).
III La vida consagrada
914 "El estado de vida que
consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no
pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo, sin
discusión a su vida y a su santidad" (LG 44).
Consejos evangélicos, vida consagrada
915 Los consejos evangélicos
están propuestos en su multiplicid ad a todos los discípulos de
Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los
fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida
consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por
el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos
consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo
que caracteriza la "vida consagrada" a Dios (cf. LG 42-43; PC
1).
916 El estado de vida consagrada
aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una
consagración "más íntima" que tiene su raíz en el bautismo
y se dedica totalmente a Dios (cf. PC 5). En la vida consagrada, los
fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo,
seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de
todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del
Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro
(cf. CIC, can. 573).
Un gran árbol, múltiples ramas
917 "El resultado ha sido una
especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a
partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas
formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas
que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de
todo el Cuerpo de Cristo" (LG 43).
918 "Desde los comienzos de
la Iglesia hubo hombres y mujeres que intentaron, con la práctica de
los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo
con mayor precisión. Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios.
Muchos, por inspiración del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o
fundaron familias religiosas, que la Iglesia reconoció y aprobó
gustosa con su autoridad" (PC 1).
919 Los obispos se esforzarán
siempre en discernir los nuevos dones de vida consagrada confiados por
el Espíritu Santo a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida
consagrada está reservada a la Sede Apostólica (cf. CIC, can. 605).
La vida eremítica
920 Sin profesar siempre
públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños, "con
un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la
oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y
salvación del mundo" (CIC, can. 603 1).
921 Los eremitas presentan a los
demás ese aspecto interior del misterio de la Iglesia que es la
intimidad personal con Cristo. Oculta a los ojos de los hombres, la vida
del eremita es predicación silenciosa de Aquél a quien ha entregado su
vida, porque El es todo para él. En este caso se trata de un
llamamiento particular a encontrar en el desierto, en el combate
espiritual, la gloria del Crucificado.
Las vírgenes y las viudas consagradas
922 Desde los tiempos
apostólicos, vírgenes (Cf. 1 Co 7, 34-36) y viudas cristianas (Cf.
Vita consecrata, 7) llamadas por el Señor para consagrarse a El
enteramente (cf. 1 Co 7, 34-36) con una libertad mayor de corazón, de
cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia,
de vivir en estado de virginidad o de castidad perpetua "a causa
del Reino de los cielos" (Mt 19, 12).
923 "Formulando el propósito
santo de seguir más de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas
a Dios por el Obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado,
celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se
entregan al servicio de la Iglesia" (CIC, can. 604, 1). Por medio
este rito solemne ("Consecratio virginum", "Consagración
de vírgenes"), "la virgen es constituida en persona
consagrada" como "signo transcendente del amor de la Iglesia
hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la vida
futura" (Ordo Cons. Virg., Praenot. 1).
924 "Semejante a otras formas
de vida consagrada" (CIC, can. 604), el orden de las vírgenes
sitúa a la mujer que vive en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de
la oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos y del trabajo
apostólico, según el estado y los carismas respectivos ofrecidos a
cada una (OCV., Praenot. 2). Las vírgenes consagradas pueden asociarse
para guardar su propósito con mayor fidelidad (CIC, can. 604, 2).
La vida religiosa
925 Nacida en Oriente en los
primeros siglos del cristianismo (cf. UR 15) y vivida en los institutos
canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC, can. 573), la vida
religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el
aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la
vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión
de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC, can. 607).
926 La vida religiosa nace del
misterio de la Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y
que ofrece como un estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la
profesión de los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a
Cristo y reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está
invitada a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de
Dios, en el lenguaje de nuestro tiempo.
927 Todos los religiosos, exentos
o no (cf. CIC, can. 591), se encuentran entre los colaboradores del
obispo diocesano en su misión pastoral (cf. CD 33-35). La implantación
y la expansión misionera de la Iglesia requieren la presencia de la
vida religiosa en todas sus formas "desde el período de
implantación de la Iglesia" (AG 18, 40). "La historia da
testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la
propagación de la fe y en la formación de las nuevas iglesias: desde
las antiguas Instituciones monásticas, las Ordenes medievales y hasta
las Congregaciones modernas" (Juan Pablo II, RM 69).
Los institutos seculares
928 "Un instituto secular es
un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el
mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar
la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él" (CIC
can. 710).
929 Por medio de una "vida
perfectamente y enteramente consagrada a [esta] santificación"
(Pío XII, const. ap. "Provida Mater"), los miembros de estos
institutos participan en la tarea de evangelización de la Iglesia,
"en el mundo y desde el mundo", donde su presencia obra a la
manera de un "fermento" (PC 11). Su "testimonio de vida
cristiana" mira a "ordenar según Dios las realidades
temporales y a penetrar el mundo con la fuerza del Evangelio".
Mediante vínculos sagrados, asumen los consejos evangélicos y observan
entre sí la comunión y la fraternidad propias de su "modo de vida
secular" (CIC, can. 713, 2).
Las sociedades de vida apostólica
930 Junto a las diversas formas de
vida consagrada se encuentran "las sociedades de vida apostólica,
cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio
de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio
modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia
de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades cuyos miembros
abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por
las constituciones" (CIC, can. 731, 1 y 2).
Consagración y misión: anunciar el Rey que viene
931 Aquel que por el bautismo fue
consagrado a Dios, entregándose a él como al sumamente amado, se
consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio divino y se
entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a
Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo
obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos
evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración. Pero
"ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la
Iglesia están obligados a contribuir de modo especial a la tarea
misionera, según el modo propio de su instituto" (CIC 783; cf. RM
69).
932 En la Iglesia que es como el
sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la vida de Dios, la
vida consagrada aparece como un signo particular del misterio de la
Redención. Seguir e imitar a Cristo "desde más cerca",
manifestar "más claramente" su anonadamiento, es encontrarse
"más profundamente" presente, en el corazón de Cristo, con
sus contemporáneos. Porque los que siguen este camino "más
estrecho" estimulan con su ejemplo a sus hermanos; les dan este
testimonio admirable de "que sin el espíritu de las
bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a
Dios" (LG 31).
933 Sea público este testimonio,
como en el estado religioso, o más discreto, o incluso secreto, la
venida de Cristo es siempre para todos los consagrados el origen y la
meta de su vida:
El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino
que busca la futura. Por eso el estado religioso...manifiesta también
mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en
este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida
por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la
gloria del Reino de los cielos (LG 44).
Resumen
934 "Por institución
divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el
derecho se denomi nan clérigos; los demás se llaman laicos". Hay,
por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la
profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios y sirven
así a la misión de la Iglesia (CIC, can. 207, 1, 2).
935 Para anunciar su fe y para
implantar su Reino, Cristo envía a sus apóstoles y a sus sucesores. El
les da parte en su misión. De El reciben el poder de obrar en su
nombre.
936 El Señor hizo de San Pedro
el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El
obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la "cabeza
del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia
universal en la tierra" (CIC, can. 331).
937 El Papa "goza, por
institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y
universal para cuidar las almas" (CD 2).
938 Los obispos, instituidos
por el Espíritu Santo, suceden a los apóstoles. "Cada uno de los
obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en
sus Iglesias particulares" (LG 23).
939 Los obispos, ayudados por
los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, los obispos
tienen la misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el
culto divino, sobre todo la Eucaristía, y de dirigir su Iglesia como
verdaderos pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas
las Iglesias, con y bajo el Papa.
940 "Siendo propio del
estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios
temporales, Dios les llama a que movidos por el espíritu cristiano,
ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento" (AA 2).
941 Los laicos participan en el
sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a El, despliegan la gracia
del Bautismo y la de la Confirmación a través de todas las dimensiones
de la vida personal, familiar, social y eclesial y realizan así el
llamamiento a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942 Gracias a su misión
profética, los laicos, "están llamados a ser testigos de Cristo
en todas las cosas, también en el interior de la sociedad humana"
(GS 43, 4).
943 Debido a su misión regia,
los laicos tienen el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí
mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida
(cf. LG 36).
944 La vida consagrada a Dios
se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos
de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable
reconocido por la Iglesia.
945 Entregado a Dios
supremamente amado, aquél a quien el Bautismo ya había destinado a El,
se encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamente
comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la
Iglesia.
Párrafo 5
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
946 Después de haber confesado
"la Santa Iglesia católica", el Símbolo de los Apóstoles añade
"la comunión de los santos". Este artículo es, en cierto
modo, una explicitación del anterior: "¿Qué es la Iglesia, sino
la asamblea de todos los santos?" (Nicetas, symb. 10). La comunión
de los santos es precisamente la Iglesia.
947 "Como todos los creyentes
forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros ...
Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la
Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya que El es la
cabeza ... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y
esta comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia"
(Santo Tomás, symb.10). "Como esta Iglesia está gobernada por un
solo y mismo Espíritu, todos los bienes que ella ha recibido forman
necesariamente un fondo común" (Catech. R. 1, 10, 24).
948 La expresión "comunión
de los santos" tiene entonces dos significados estrechamente
relacionados: "comunión en las cosas santas ['sancta']" y
"comunión entre las personas santas ['sancti']".
"Sancta sanctis" [lo
que es santo para los que son santos] es lo que se proclama por el
celebrante en la mayoría de las liturgias orientales en el momento de
la elevación de los santos Dones antes de la distribución de la
comunión. Los fieles ["sancti"] se alimentan con el cuerpo
y la sangre de Cristo ["sancta"] para crecer en la comunión
con el Espíritu Santo ["Koinônia"] y comunicarla al mundo.
I La comunión de los bienes espirituales
949 En la comunidad primitiva de
Jerusalén, los discípulos "acudían asiduamente a la enseñanza
de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones" (Hch 2, 42):
La comunión en la fe. La fe de los fieles es la fe de la Iglesia
recibida de los Apóstoles, tesoro de vida que se enriquece cuando se
comparte.
950 La comunión de los
sacramentos. “El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos.
Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta
por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos
sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los
santos es la comunión de los sacramentos ... El nombre de comunión
puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a
Dios ... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de
cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su
culminación” (Catech. R. 1, 10, 24).
951 La comunión de los
carismas: En la comunión de la Iglesia, el Espíritu Santo
"reparte gracias especiales entre los fieles" para la
edificación de la Iglesia (LG 12). Pues bien, "a cada cual se le
otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co
12, 7).
952 “Todo lo tenían en común”
(Hch 4, 32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe
considerarlo como un bien en común con los demás y debe estar
dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del
prójimo" (Catech. R. 1, 10, 27). El cristiano es un administrador
de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1, 3).
953 La comunión de la caridad:
En la "comunión de los santos" "ninguno de nosotros vive
para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14,
7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un
miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien,
vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su
parte" (1 Co 12, 26-27). "La caridad no busca su interés"
(1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de nuestros actos hecho con caridad
repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los
hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos.
Todo pecado daña a esta comunión.
II La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra
954 Los tres estados de la
Iglesia. "Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos
sus ángeles y, destruida la muerte, tenga sometido todo, sus discípulos,
unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras
otros están glorificados, contemplando `claramente a Dios mismo, uno y
trino, tal cual es'" (LG 49):
Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el
mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos en mismo himno de alabanza a
nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu,
forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en él (LG 49).
955 "La unión de los
miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la
paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la
constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los
bienes espirituales" (LG 49).
956 La intercesión de los
santos. "Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente
unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la
santidad...no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan
por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna
ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad" (LG 49):
No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más
eficazmente que durante mi vida (Santo Domingo, moribundo, a sus
hermanos, cf. Jordán de Sajonia, lib 43).
Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra (Santa Teresa del Niño
Jesús, verba).
957 La comunión con los santos.
"No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos
nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el
Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En
efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos
lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a
Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida
del Pueblo de Dios" (LG 50):
Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios: en cuanto a los mártires,
los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa
de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos
nosotros, también nosotros, ser sus compañeros y sus condiscípulos
(San Policarpo, mart. 17).
958 La comunión con los
difuntos. "La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de
esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los
primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de
los difuntos y también ofreció por ellos oraciones `pues es una idea
santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus
pecados' (2 M 12, 45)" (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no
solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en
nuestro favor.
959 ... en la única familia de
Dios. "Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia
en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima
Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la
Iglesia" (LG 51).
Resumen
960 La Iglesia es "comunión
de los santos": esta expresión designa primeramente las
"cosas santas" ["sancta"], y ante todo la Eucaristía,
"que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los
creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo" (LG 3).
961 Este término designa también
la comunión entre las "personas santas" ["sancti"]
en Cristo que ha "muerto por todos", de modo que lo que cada
uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos.
962 "Creemos en la comunión
de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la
tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan
de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia;
y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición
el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos
atentos a nuestras oraciones" (SPF 30).
Párrafo 6
MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
963 Después de haber hablado del
papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu,
conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia.
"Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del
Redentor... más aún, `es verdaderamente la madre de los miembros (de
Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los
creyentes, miembros de aquella cabeza'(S. Agustín, virg. 6)" (LG
53). "...María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia" (Pablo
VI discurso 21 de noviembre 1964).
I La maternidad de María respecto de la Iglesia
Totalmente unida a su Hijo...
964 El papel de María con relación
a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente
de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la
salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de
Cristo hasta su muerte" (LG 57). Se manifiesta particularmente en
la hora de su pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo
fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de
Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su
sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su
consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente,
Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con
estas palabras: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’ (Jn 19, 26-27)"
(LG 58).
965 Después de la Ascensión de
su Hijo, María "estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con
sus oraciones" (LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas
mujeres, "María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que
en la Anunciación la había cubierto con su sombra" (LG 59).
... también en su Asunción ...
966 "Finalmente, la Virgen
Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original,
terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del
cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser
conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor
del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. la proclamación del dogma
de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa Pío XII
en 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una
participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación
de la resurrección de los demás cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has
abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente
de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones,
librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina, Tropario de
la fiesta de la Dormición [15 de agosto]).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión a la
voluntad del Padre, a la obra re dentora de su Hijo, a toda moción del
Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe
y de la caridad. Por eso es "miembro muy eminente y del todo
singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la
figura" ["typus"] de la Iglesia (LG 63).
968 Pero su papel con relación a
la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. "Colaboró de
manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y
ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por
esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
969 "Esta maternidad de María
perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento
que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie
de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los
escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su
misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple
intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima
Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,
Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
970 "La misión maternal de
María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a
la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En
efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los
hombres ... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se
apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda
su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca
en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en
el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros
como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde
realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única
mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas
una colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG
62).
II El culto a la Santísima Virgen
971 "Todas las
generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La
piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco
del culto cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen "es honrada
con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los
tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título
de `Madre de Dios', bajo cuya protección se acogen los fieles
suplicantes en todos sus peligros y necesidades... Este culto... aunque
del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración
que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu
Santo, pero lo favorece muy poderosamente" (LG 66); encuentra su
expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf.
SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis
de todo el Evangelio" (cf. Pablo VI, MC 42).
III María, icono escatológico de la Iglesia
972 Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen,
de su misión y de su destino, no se puede concluir mejor que volviendo
la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su
Misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al
final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de la Santísima
e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los
santos" (LG 69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de
su Señor y como su propia Madre:
Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo
y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud
en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del
Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en Marcha, como señal de
esperanza cierta y de consuelo (LG 68).
Resumen
973 Al pronunciar el "fiat" de la Anunciación
y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación, María col
abora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre
allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
974 La Santísima Virgen María,
cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la
gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la
resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los
miembros de su Cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima
Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo
ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo (SPF
15).
ARTÍCULO 10
"CREO EN EL PERDÓN DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo de los Apóstoles
vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu
Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los
santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles, Cristo resucitado les
confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid
el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn
20, 22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los
pecados por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia y los demás
sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar
brevemente, por tanto, algunos datos básicos).
I Un solo bautismo para el perdón de los pecados
977 Nuestro Señor vinculó el
perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo
y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y
principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo
muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación
(cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva"
(Rm 6, 4).
978 "En el momento en que
hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo
que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos,
que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la falta
original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni
ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del
Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la
naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los
movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal"
(Catech. R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la
inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y
vigilante para evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era
necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los pecados, también
hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único medio de
servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido de
Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a
todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último
momento de su vida" (Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la
penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo
laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39. 17). Para los que han caído
después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento
de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido
regenerados (Cc de Trento: DS 1672).
II El poder de las llaves
981 Cristo, después de su
Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en su nombre la
conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc
24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5, 18),
no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a
los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles
a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la remisión
de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la
Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que
se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y
la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma,
que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya
gracia nos ha salvado (San Agustín, serm. 214, 11).
982 No hay ninguna falta por grave
que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan
perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón
siempre que su arrepentimiento sea sincero" (Catech. R. 1, 11, 5).
Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia,
estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva
del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará
por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del
don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder
de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los
apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que
sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que había hecho
cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1, 34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles,
ni a los arcángeles... Dios sanciona allá arriba todo lo que los
sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).
Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna
esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación
eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don (San
Agustín, serm. 213, 8).
Resumen
984 El Credo relaciona "el
perdón de los pecados" con la profesión de fe en el Espíritu
Santo. En efecto, Cristo resucitado confió a los apóstoles el poder de
perdonar los pecados cuando les dio el Espíritu Santo.
985 El Bautismo es el primero y
principal sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo
muerto y resucitado y nos da el Espíritu Santo.
986 Por voluntad de Cristo, la
Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella
lo ejerce de forma habitual en el sacramento de la penitencia por medio
de los obispos y de los presbíteros.
987 "En la remisión de
los pecados, los sacerdotes y los sacramentos son meros instrumentos de
los que quiere servirse nuestro Señor Jesucristo, único autor y
dispensador de nuestra salvación, para borrar nuestras iniquidades y
darnos la gracia de la justificación" (Catech. R. 1, 11, 6).
ARTÍCULO 11
"CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE"
988 El Credo cristiano –profesión
de nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en su acción
creadora, salvadora y santificadora– culmina en la proclamación de la
resurrección de los muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna.
989 Creemos firmemente, y así lo
esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de
entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después
de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los
resucitará en el último día (cf. Jn 6, 39-40). Como la suya, nuestra
resurrección será obra de la Santísima Trinidad:
Si el Espíritu de Aquél que resucitó
a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquél que resucitó
a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros
cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8, 11;
cf. 1 Ts 4, 14; 1 Co 6, 14; 2 Co 4, 14; Flp 3, 10-11).
990 El término "carne"
designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad (cf. Gn
6, 3; Sal 56, 5; Is 40, 6). La "resurrección de la carne"
significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma
inmortal, sino que también nuestros "cuerpos mortales" (Rm 8,
11) volverán a tener vida.
991 Creer en la resurrección de
los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de la fe
cristiana. "La resurrección de los muertos es esperanza de los
cristianos; somos cristianos por creer en ella" (Tertuliano, res.
1.1):
¿Cómo andan diciendo algunos entre
vosotros que no hay resurrección de muertos? Si no hay resurrección
de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana
es nuestra predicación, vana también vuestra fe... ¡Pero no! Cristo
resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1
Co 15, 12-14. 20).
I La resurrección de Cristo y la
nuestra
Revelación progresiva de la
Resurrección
992 La resurrección de los
muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La esperanza
en la resurrección corporal de los muertos se impuso como una
consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo
entero, alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también
Aquél que mantiene fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia.
En esta doble perspectiva comienza a expresarse la fe en la resurrección.
En sus pruebas, los mártires Macabeos confiesan:
El Rey del mundo a nosotros que morimos
por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna (2 M 7, 9). Es
preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios
otorga de ser resucitados de nuevo por él (2 M 7, 14; cf. 7, 29; Dn
12, 1-13).
993 Los fariseos (cf. Hch 23, 6) y
muchos contemporáneos del Señor (cf. Jn 11, 24) esperaban la
resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la
niegan responde: "Vosotros no conocéis ni las Escrituras ni el
poder de Dios, vosotros estáis en el error" (Mc 12, 24). La fe en
la resurrección descansa en la fe en Dios que "no es un Dios de
muertos sino de vivos" (Mc 12, 27).
994 Pero hay más: Jesús liga la
fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la
resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que
resucitará en el último día a quienes hayan creído en él. (cf. Jn
5, 24-25; 6, 40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6,
54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la
resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (cf. Mc 5, 21-42; Lc
7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no
obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, El habla
como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo
(cf. Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de
su muerte (cf. Mc 10, 34).
995 Ser testigo de Cristo es ser
"testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22; cf. 4, 33),
"haber comido y bebido con El después de su Resurrección de entre
los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección
está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado.
Nosotros resucitaremos como El, con El, por El.
996 Desde el principio, la fe
cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y
oposiciones (cf. Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). "En ningún punto la
fe cristiana encue ntra más contradicción que en la resurrección de
la carne" (San Agustín, psal. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente
que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de
una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan
manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?
Cómo resucitan los muertos
997 ¿Qué es resucitar? En
la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en
la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera
de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará
definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a
nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
998 ¿Quién resucitará?
Todos los hombres que han muerto:"los que hayan hecho el bien
resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).
999 ¿Cómo? Cristo resucitó
con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo
mismo" (Lc 24, 39); pero El no volvió a una vida terrenal. Del
mismo modo, en El "todos resucitarán con su propio cuerpo, que
tienen ahora" (Cc de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será
"transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en
"cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo
vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y
lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple
grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; ... los
muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este
ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal
se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).
1000 Este "cómo"
sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible
más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da
ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la
invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía,
constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros
cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que
tienen la esperanza de la resurrección (San Ireneo de Lyon, haer. 4,
18, 4-5).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en
el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin
del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está
íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la
trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo
resucitarán en primer lugar (1 Ts 4, 16).
Resucitados con Cristo
1002 Si es verdad que Cristo nos
resucitará en "el último día", también lo es, en cierto
modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al
Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una
participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:
Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado
por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los
muertos... Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Col 2, 12;
3, 1).
1003 Unidos a Cristo por el
Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de
Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece
"escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con El nos ha
resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,
6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos
ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también
nos "manifestaremos con El llenos de gloria" (Col 3, 4).
1004 Esperando este día, el
cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser
"en Cristo"; donde se basa la exigencia del respeto hacia el
propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:
El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que
resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su
poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... No
os pertenecéis... Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.(1 Co
6, 13-15. 19-20).
II Morir en Cristo Jesús
1005 Para resucitar con Cristo, es
necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir
a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida"
(Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá
con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. SPF 28).
La muerte
1006 "Frente a la muerte, el
enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En un
sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que
realmente es "salario del pecado" (Rm 6, 23;cf. Gn 2, 17). Y
para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la
muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección
(cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
1007 La muerte es el final de
la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el
curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de
la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la
vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el
recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no
contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra
vida:
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, ... mientras no vuelva el
polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es
quien lo dio (Qo 12, 1. 7).
1008 La muerte es consecuencia
del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada
Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la
Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en
el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre
poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto,
la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el
mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte
temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera
pecado" (GS 18), es así "el último enemigo" del hombre
que debe ser vencido (cf. 1 Co 15, 26).
1009 La muerte fue transformada
por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte,
propia de la condición h umana. Pero, a pesar de su angustia frente a
ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de
sometimiento total y libre a la voluntad del Padre.La obediencia de Jesús
transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).
El sentido de la muerte cristiana
1010 Gracias a Cristo, la muerte
cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y
morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación:
si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11).
La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo,
el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo",
para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la
muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona
así nuestra incorporación a El en su acto redentor:
Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo
a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto por nosotros; lo
quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima
...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre
(San Ignacio de Antioquía, Rom. 6, 1-2).
1011 En la muerte Dios llama al
hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la
muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar
con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un
acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc
23, 46):
Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí un agua viva que
murmura y que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San
Ignacio de Antioquía, Rom. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de
Jesús, vida 1).
Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
1012 La visión cristiana de la
muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la
liturgia de la Iglesia:
La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y,
al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en
el cielo.(MR, Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el fin de la
peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de
misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el
designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin
"el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no
volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los
hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación"
después de la muerte.
1014 La Iglesia nos anima a
prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina
e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los santos),
a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora
de nuestra muerte" (Ave María), y a confiarnos a San José,
Patrono de la buena muerte:
Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si
tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería
huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo
lo estarás mañana? (Imitación de Cristo 1, 23, 1).
Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
(San Francisco de Asís, cant.)
Resumen
1015 "Caro salutis est
cardo" ("La carne es soporte de la salvación")
(Tertuliano, res., 8, 2). Creemos en Dios que es el creador de la carne;
creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la
resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención
de la carne.
1016 Por la muerte, el alma se
separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida
incorruptible a nuestro cuerpo transformado reuniéndolo con nuestra
alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros
resucitaremos en el último día.
1017 "Creemos en la
verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora" (DS 854).
No obstante, se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita
un cuerpo incorruptible (cf. 1 Co 15, 42), un "cuerpo
espiritual" (1 Co 15, 44).
1018 Como consecuencia del
pecado original, el hombre debe sufrir "la muerte corporal, de la
que el hombre se habría liberado, si no hubiera pecado" (GS 18).
1019 Jesús, el Hijo de Dios,
sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre
a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte,
abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación.
ARTÍCULO 12
“CREO EN LA VIDA ETERNA”
1020 El cristiano que une su
propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia El y la
entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las
palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano
moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da
a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces
con una dulce seguridad:
Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios
Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de
Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que
sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté
junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre
de Dios, con San José y todos los ángeles y santos. ... Te entrego a
Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor,
que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu
encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos. ... Que puedas
contemplar cara a cara a tu Redentor... (OEx. "Commendatio
animae").
I El juicio particular
1021 La muerte pone fin a la vida
del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia
divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento
habla del juicio principalmente en la perspectiv a del encuentro final
con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la
existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada
uno con consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro
(cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf.
Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8;
Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf.
Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de
morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio
particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una
purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858; Cc de Florencia: DS
1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la
bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII:
DS 990), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto
XII: DS 1002).
A la tarde te examinarán en el amor (San Juan de la Cruz, dichos 64).
II El cielo
1023 Los que mueren en la gracia y
la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para
siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven
"tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap
22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición
general de Dios, las almas de todos los santos ... y de todos los demás
fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no
había nada que purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran
o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de
la muerte ... aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio
final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo
Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino
de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía
de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor
Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y
cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000;
cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la
Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la
Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama
"el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de
las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y
definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es
"estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los
elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor,
encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2,
17):
Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la
vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección
Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los
bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la
redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación
celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles
a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que
están perfectamente incorporados a El.
1027 Estes misterio de comunión
bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa
toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella
en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa
del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni
el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó
para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia,
Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su
Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad
para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada
por la Iglesia "la visión beatífica":
¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener
el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz
eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino
de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las
alegrías de la inmortalidad alcanzada (San Cipriano, ep. 56,10,1).
1029 En la gloria del cielo, los
bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios
con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan
con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos de los siglos'
(Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
III La purificación final o Purgatorio
1030 Los que mueren en la gracia y
en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están
seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la
alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio
a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta
del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la
fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf.
DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia,
haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co
3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del
juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es
la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el
Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el
futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas
pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San
Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya
también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya
habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este
sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran
liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la
Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en
su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para
que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.
La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las
obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job
fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué
habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven
un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido
y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in
1 Cor 41, 5).
IV El infierno
1033 Salvo que elijamos libremente
amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si
pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros
mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece
a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida
eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte
que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades
graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25,
31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor
misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para
siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que
se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia
de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga"
(cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin
de su vida rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la
vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos
graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los
autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt
13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí
malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia
afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que
mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del
infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858;
1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la
separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la
vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la
Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son
un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe
usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al
mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que
entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino
que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7,
13-14):
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo
del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única
carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en
la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como
siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores,
donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a
ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una
aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta
el final. En la liturgia eucarística y en las plegari as diarias de los
fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que
nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la
condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88)
V El Juicio final
1038 La resurrección de todos los
muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15),
precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los
que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien
resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la
condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su
gloria acompañado de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante
de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como
el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su
derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a un castigo
eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la
Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación
de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta
sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya
dejado de hacer durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra -y ellos no lo saben. El día
en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se volverá hacia
los malos: "Yo había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis
pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la
derecha de mi Padre -pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si
hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza.
Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí
comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro:
como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"
(San Agustín, serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá
cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora
en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El
pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva
sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda
la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y
comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá
conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará
que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por
sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final
llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el
tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el
santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios.
Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta
del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y
admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
VI La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1042 Al fin de los tiempos el
Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los
justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma,
y el mismo universo será renovado:
La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del
cielo...cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando,
con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente
unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede
perfectamente renovado en Cristo (LG 48).
1043 La Sagrada Escritura llama
"cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa
que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta
será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que
todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está
en la tierra" (Ef 1, 10).
1044 En este "universo
nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada
entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá
ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo
ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).
1045 Para el hombre esta
consumación será la realización final de la unidad del género
humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia
peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén
unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad
Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9).
Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor
propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La
visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a
los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión
mutua.
1046 En cuanto al cosmos,
la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo
material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de
los hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre
de la corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el
presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros,
que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en
nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo
visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que
el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo
esté al servicio de los justos", participando en su glorificación
en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
1048 "Ignoramos el momento
de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo
se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo,
deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado
una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya
bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se
levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1).
1049 "No obstante, la espera
de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la
preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la
nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo
nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso
terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en
la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana,
interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).
1050 "Todos estos frutos
buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos
propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato,
los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y
transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y
universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en
todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu
Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias
a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa
indefectible de la vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech. ill.
18, 29).
Resumen
1051 Al morir cada hombre
recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio
particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
1052 "Creemos que las
almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo... constituyen
el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida
totalmente el día de la Resurrección, en el que estas almas se unirán
con sus cuerpos" (SPF 28).
1053 "Creemos que la
multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el
paraíso, forma la Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la
bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y participan también,
ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles,
en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como
quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan
grandemente a nuestra flaqueza" (SPF 29).
1054 Los que mueren en la
gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque
están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después
de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el
gozo de Dios.
1055 En virtud de la
"comunión de los santos", la Iglesia encomienda los difuntos
a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor, en particular
el santo sacrificio eucarístico.
1056 Siguiendo las enseñanzas
de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la "triste y
lamentable realidad de la muerte eterna" (DCG 69), llamada también
"infierno".
1057 La pena principal del
infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien solamente
puede tener el hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido
creado y a las cuales aspira.
1058 La Iglesia ruega para que
nadie se pierda: "Jamás permitas, Señor, que me separe de
ti". Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también
es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1
Tm 2, 4) y que para El "todo es posible" (Mt 19, 26).
1059 "La misma santa
Iglesia romana cree y firmemente confiesa que todos los hombres
comparecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de
Cristo para dar cuenta de sus propias acciones (DS 859; cf. DS 1549).
1060 Al fin de los tiempos, el
Reino de Dios llegará a su plenitud. Entonces, los justos reinarán con
Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo
material será transformado. Dios será entonces "todo en
todos" (1 Co 15, 28), en la vida eterna.
“AMEN”
1061 El Credo, como el último
libro de la Sagrada Escritura (cf Ap 22, 21), se termina con la palabra
hebrea Amen. Se encuentra también frecuentemente al final de las
oraciones del Nuevo Testamento. Igualmente, la Iglesia termina sus
oraciones con un "Amén".
1062 En hebreo, "Amen"
pertenece a la misma raíz que la palabra "creer". Esta raíz
expresa la solidez, la fiabilidad, la fidelidad. Así se comprende por
qué el "Amén" puede expresar tanto la fidelidad de Dios
hacia nosotros como nuestra confianza en El.
1063 En el profeta Isaías se
encuentra la expresión "Dios de verdad", literalmente
"Dios del Amén", es decir, el Dios fiel a sus promesas:
"Quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo en el Dios
del Amén" (Is 65, 16). Nuestro Señor emplea con frecuencia el término
"Amén" (cf Mt 6, 2.5.16), a veces en forma duplicada (cf Jn
5, 19), para subrayar la fiabilidad de su enseñanza, su Autoridad
fundada en la Verdad de Dios.
1064 Así pues, el "Amén"
final del Credo recoge y confirma su primera palabra:
"Creo". Creer es decir "Amén" a las palabras, a las
promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de El que es
el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La vida cristiana de
cada día será también el "Amén" al "Creo" de la
Profesión de fe de nuestro Bautismo:
Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si
crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe
(San Agustín, serm. 58, 11, 13: PL 38, 399).
1065 Jesucristo mismo es el
"Amén" (Ap 3, 14). Es el "Amén" definitivo del
amor del Padre hacia nosotros; asume y completa nuestro "Amén"
al Padre: "Todas las promesas hechas por Dios han tenido su 'sí'
en él; y por eso decimos por él 'Amén' a la gloria de Dios" (2
Co 1, 20):
Por El, con El y en El,
A ti, Dios Padre omnipotente
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos.
AMEN